Entremos imaginariamente en el receptor de televisión


Las ondas electromagnéticas radiadas terminan su viaje en la antena del receptor de televisión; allí dejan su mensaje y terminan su tarea. A partir de entonces el proceso continúa dentro del receptor. Entremos, pues, también imaginarianamente, y veamos cómo termina esta historia.

La primer tarea del receptor será separar los mensajes acústicos de los que habrán de ser útiles para la reproducción de la imagen. Luego, aquéllos siguen su curso como en un receptor común de radio: en cuanto a los segundos, después de ser convenientemente amplificados, se los envía a la rejilla (o grilla) de un tubo de rayos catódicos, también conocido como cinescopio, cuyo frente es la pantalla del receptor.

El cinescopio posee, de igual manera que el iconoscopio, un cañón electrónico, el cual produce un delgado haz de electrones que incide contra el frente del tubo, o sea, contra la pantalla de televisión. Esta pantalla se halla recubierta en su parte interna con una capa delgada de sustancias fosforescentes. Cuando el haz de electrones choca contra dichas sustancias, éstas emiten luz. Por otra parte, como en el caso del iconoscopio, el haz recorre toda la pantalla desplazándose en líneas horizontales y barriéndola, desde arriba hacia abajo, como si fuese un fino pincel que recorriera toda la pantalla dejando a su paso una estela luminosa. Cuanto más intenso sea el haz de electrones mayor será el brillo producido a su paso. El movimiento de este haz debe ponerse en sincronismo, es decir moverse al mismo tiempo, con el movimiento del haz electrónico del iconoscopio, y en estas condiciones las descargas de corriente que se producen en el mosaico del iconoscopio se efectúan de manera sincronizada con las variaciones producidas en la intensidad del haz electrónico del cinescopio. ¿Y quién regula la intensidad del haz electrónico? Pues, la señal que nos trae la onda electromagnética. Como vemos, una extraordinaria unidad caracteriza la acción de los integrantes de este trío, al que hemos seguido las huellas.

De modo que, al recorrer la pantalla del televisor, el haz electrónico va modificando su intensidad, y con ello va variando el brillo de la luz producida por las sustancias fosforescentes, y así se reproduce, punto por punto, la imagen de la escena que se televisa. Volvamos entonces a plantear nuevamente la pregunta que nos hicimos anteriormente: ¿por qué no advertimos que la imagen está construida de pequeños cambios e intervalos de transmisión? Ahora podemos responder que por dos razones. Primero, porque las sustancias fosforescentes que se hallan en el tubo del televisor continúan emitiendo luz durante una fracción de segundo más, cuando el haz electrónico se desplazó ya: es lo que se llama persistencia de la imagen; y segundo, por un efecto similar a éste, pero que ocurre en la retina de nuestro ojo. Si, por ejemplo, movemos rápidamente un lápiz, y lo observamos, por efecto de la persistencia de la imagen en la retina veremos una sucesión continua de lápices en todo el trayecto que éste recorre. Tales son las razones por las cuales podemos ver sin inconvenientes la reproducción de una imagen dada por el televisor.