Reencuentro de Velázquez consigo mismo, al volver a España


Poco a poco se fue despojando de todo exotismo. Si con la copia de las grandes figuras de la pintura italiana y bajo la sugestión de su exuberante naturaleza había aumentado la gama de sus tonalidades, al hallarse de nuevo en España, con sus tonos crudos, las medias tintas grises de Castilla y el severo traje negro de los grandes magnates, se centró, en consonancia con el ambiente y en un reencuentro consigo mismo. Pudo y supo valorar la obra del Greco, que influyó decisivamente en él.

Esta su tercera manera se inicia con la admirable serie de retratos de bufones, enanos e idiotas adscritos a la corte de Felipe IV. Digna de notarse en esta maravillosa colección de retratos de gente de placeres es la admirable sobriedad de su paleta, pues en ella no emplea más que negro, blanco, ocre y un poco de bermellón. De esta época es Cristo atado a la columna, existente en la Galería Nacional de Londres, así como también su famoso cuadro La rendición de Breda o Las lanzas, el mejor de sus cuadros de naturaleza decorativa y narrativa, tela de inestimable valor por el trabajo del paisaje bañado de luz. También de esta tercera manera es su Cristo difunto, pintado para las monjas de San Plácido. La crucifixión, tal como fue pintada por Velázquez, presenta un estudio digno y noble que hace meditar profundamente, sin llegar a torturarnos, como hicieron otros autores que abordaron el tema.