El segundo viaje a Italia, la cuarta y última manera de Velázquez


El segundo viaje de Velázquez a Italia no fue de estudio, como el primero, sino de carácter oficial, ya que Felipe IV, no obstante el periodo difícil por el que atravesaba el reino, le confió la misión de adquirir allí obras de arte para embellecer el Palacio Real y otros edificios públicos y privados.

Llegado a Venecia en 1649, Velázquez compró varias telas del Ticiano, el Tintoretto y el Veronés; pasó luego a Bolonia, Florencia, Roma y Nápoles, donde adquirió nuevas telas; el comentario que hizo de las obras que reunió, aparecido en la Revista Europea, lo coloca entre los grandes críticos de aquella época.

De ese su segundo viaje sólo quedó de él en Italia el retrato de Inocencio X, que se conserva en el Palacio Doria de Roma, obra que deslumbró a un crítico tan exigente como Taine.

De regreso a España, Felipe IV, en recompensa, lo nombró aposentador mayor del real alcázar, cargo abrumador, lo que no le impidió seguir pintando con reiterada frecuencia. La premura con que lo obligaban a pintar lo llevó a nuevos procedimientos que se concretaron en su cuarta y última manera. Este período ha sido calificado por varios críticos como de pintura abreviada.

A este último estilo, en el que la sobriedad se hermana de modo prodigioso con la calidad del color, pertenecen la Coronación de la Virgen y Las hilanderas, cuadro considerado como la síntesis suprema del genio realista de Velázquez y de sus portentosas condiciones de colorista y luminista.

Coronación de toda su obra y último peldaño de la ascensión a la cumbre de la fama es su incomparable cuadro La familia de Felipe IV, más conocido por Las meninas. Nadie podrá explicar cómo solamente con negro, blanco, ocre y bermellón pudo realizar ese prodigio de óptica que hace que lo pintado se confunda absolutamente con la realidad. Se trata en verdad de un auténtico conjunto de retratos entre los que se destaca la hija de Felipe IV, que por entonces tenía once años de edad, situada en el centro de la tela, vestida de reina y rodeada de las damas de honor que la servían. En un espejo, al fondo, se ven reflejadas las imágenes del rey y la reina, sus padres, y hasta el mismo pintor, Velázquez, aparece representado en la tela pintando ante su propio caballete.

Velázquez murió el 6 de agosto de 1660, a los sesenta y un años de edad. Ocho días después murió su esposa. Ambos fueron sepultados en la bóveda de su amigo y protector, Juan de Fuensalida, en la desaparecida iglesia de San Juan.

Se destacó no sólo por su genio artístico sino también por su afabilidad, excelentes modales y su grandeza de corazón, que le permitieron favorecer a varios artistas, entre ellos al joven Bartolomé Esteban Murillo.