Síntesis de la evolución estilística en la arquitectura moderna


Durante el siglo xix resurgieron algunos estilos arquitectónicos de la centuria anterior, tales como el neorrománico, el neogótico y el neoclásico, empleado sobre todo para teatros y estaciones ferroviarias. Pocos son los edificios de esas tendencias que ofrecen real valor artístico, aunque en algunos de ellos la simplificación y cierta estilización de sus líneas anticipan el modernismo, que habría de florecer en nuestros días.

El uso del hierro en las grandes construcciones de fines del siglo xviii y a las del xix abrió nuevos horizontes a la arquitectura moderna. Tal material se aplicó primero a los puentes y luego a las construcciones civiles. El hierro fue reemplazado luego por vigas y columnas de acero, en los edificios llamados de esqueleto; la aplicación del hormigón armado, descubierto en 1849, dio finalmente nuevo impulso a la última fase evolutiva de la arquitectura moderna.

Los últimos años del siglo xix se caracterizaron por el eclecticismo arquitectónico, que fusionó en una misma obra elementos de estilos diversos, atentando, a veces, contra su verdadero valor artístico.

Este eclecticismo, en el que encontramos elementos románicos, neogóticos, barrocos y neoclásicos, desembocó en el llamado modernismo, que, arquitectónicamente, no aportó nada nuevo en su primera etapa.

Entre los primeros edificios que anticiparon las características de la arquitectura moderna figuran el Crystal Palace de Hyde Park, en Londres, destruido por un incendio en 1936, y el Au Bon Marché, de París. En esta ciudad, el ingeniero francés Alejandro G. Eiffel levantó, en el Campo de Marte, para la exposición de 1889, la monumental torre de 300 metros de altura que lleva su nombre y constituye el orgullo de los parisienses.

Italia ofreció, por su parte, en Turín, la famosa Mole Antonelliana, llamada así en homenaje a su constructor, Alejandro Antonelli, últimamente derribada por un huracán.

El modernismo arquitectónico tuvo poco éxito en España, aunque en Barcelona encontró mejor acogida. En ella surgió la vigorosa personalidad de Antonio Gaudí, técnico constructor y decorador a la vez. Entre las obras más recordadas del arquitecto catalán figura el templo de la Sagrada Familia, del que sólo está construida una pequeña parte, y la famosa casa conocida como La Pedrera, en la que las líneas curvas de la fachada dan al edificio un curioso aspecto.

Pero la verdadera revolución arquitectónica de los tiempos actuales no debemos buscarla precisamente en la vieja Europa sino en Estados Unidos dé América, donde nos sorprendieron, primero, con los famosos puentes colgantes, como el de Brooklyn, en Nueva York, y el Golden Gate, terminado en 1937, en San Francisco, y luego, con la construcción de los famosos skyscrapers o rascacielos, de los que nos hemos ocupado más arriba. El primer rascacielos levantado fue el de la Home Insurance Company.

Se ha dicho que la incorporación del hormigón armado fue el último aporte en la evolución de la arquitectura moderna.

Uno de los primeros exponentes de la nueva arquitectura de cemento fue el francés Perret, creador de normas fundamentales aún en vigencia. Entre sus principales obras podemos citar la Iglesia de Montmagny y el Edificio de Servicios Técnicos de la Marina, de París.

La figura tal vez más significativa de las nuevas corrientes arquitectónicas en Francia es Eduardo Jeanneret, más conocido como Le Corbusier, seudónimo que lo ha hecho famoso en el mundo entero. Fue discípulo de Perret, pero pronto superó al maestro con una arquitectura muy original, en la que huecos, planos y masas se fusionan armoniosamente. Es autor de la famosa frase la casa es una máquina para vivir, definición perfecta de la arquitectura funcional de nuestros tiempos, adaptada a las exigencias cotidianas.

Le Corbusier, que difundió sus propias ideas por medio de las páginas de una revista que él mismo fundó: L'Esprit Nouveau, es suizo de nacimiento, pero su principal labor la desarrolló en Francia, donde, entre otras construcciones, levantó la Ville Savoie, en Poissy, y el Hospicio del Ejército de Salvación, más conocido como La Casa de Vidrio.

Entre los grandes arquitectos modernos alemanes sobresale Walter Gropius, de quien se dice que quiso hacer de un edificio una caja de cristal. Sus abstracciones fueron comparadas con las de Picasso en pintura. Entre sus principales edificios recordamos el famoso Bauhaus, destinado a una escuela de artes. Luego surgió en Alemania un nuevo tipo de arquitectura social, cuyo carácter saliente fue la grandiosidad, y su máxima expresión la Nueva Cancillería del Reich, reducida a escombros durante la segunda Guerra Mundial.

Las corrientes de la arquitectura moderna también tuvieron resonancia en Italia. En ella influyó, como en Alemania, el peso de la política. El fascismo impuso una concepción monumental que recordara la grandeza de la Roma imperial; por eso, en el fondo, la arquitectura italiana siguió siendo tan clásica como siempre. Ejemplos de aquellas realizaciones son la Estación Términi de Roma, con amplios ventanales y de sobrias y elegantes líneas horizontales, y la Ciudad Universitaria, donde se aunan el buen gusto y la sobriedad.

En Holanda, Theo van Doesbourg y Oud, creador de los barrios obreros, afianzó el carácter funcional de la arquitectura de nuestros días. Entre los edificios más destacados de este país recordemos la sinagoga de la calle Linneo y el famoso conjunto de departamentos de plaza Mercator, en Amsterdam, cuyo proyecto fue obra del arquitecto Berlage.

Mientras tanto, en Rusia las corrientes modernas de la arquitectura culminaron en un intento de dar a los edificios estructura de máquina, con mezcla de elementos cubistas y estilizaciones de tipo oriental, como la de tipo neopersa del Metro, o tren subterráneo, de Moscú, y la neoasiria del nuevo palacio de los Soviets, en forma de zigurat circular.

En síntesis, podemos decir que después de la segunda Guerra Mundial predomina en arquitectura el carácter funcional en sus construcciones más típicas.