El impresionismo musical como reacción contra el romanticismo


Inmediatamente después del triunfo de las escuelas nacionales surgió una nueva corriente estética que, basada en un fenómeno similar ocurrido en otras ramas del arte, tuvo su origen en Francia: el impresionismo. Como su nombre lo indica, traduce un estado de ánimo del artista ante una impresión de la Naturaleza.

Expresión de un arte fino, sensible y delicado, el impresionismo se levanta como una reacción contra las corrientes del romanticismo decadente reflejando el proceso de descomposición social y cultural propia de los años de la primera preguerra mundial. En aquellos momentos significó un movimiento de revolucionaria vanguardia, que hoy, a distancia de los años y frente a las múltiples soluciones ofrecidas por todos los ismos -expresionismo, neoclasicismo, neorromanticismo, naturalismo, verismo, atonalismo y dodecafonismo-, se nos presenta como un arte apacible, sereno y hasta, si se quiere, clásico en su estructura y forma.

París se había convertido en el centro obligado de poetas, pintores, escultores y músicos procedentes de tierras lejanas. El que marcó rumbo dentro del impresionismo musical fue Claudio Debussy (1862-1918), a quien se considera fundador de la escuela. La sobriedad de su estilo se opone abiertamente a la ampulosidad del vagneriano, y en ello radica la mayor parte del éxito que tuvo.

Un gran compositor le antecede y otro no menos importante le sigue: Gabriel Fauré (1845-1924), procedente de la escuela nacional y verdadero precursor del impresionismo, autor de páginas de auténtica belleza y tranquila serenidad como las de su Réquiem, y Mauricio Ravel (1875-1937), que siguió las huellas del impresionismo debussyano, yendo más allá de sus propias fronteras, hasta convertirse en un posimpresionista. La construcción musical de este autor se distingue por la riqueza y el colorido de su paleta orquestal. Ravel en su estructura se nos manifiesta más clásico que Debussy, y más de acuerdo en composición con su maestro, Gabriel Fauré.