El trágico final de Maximiliano de Habsburgo


Los representantes de Inglaterra y España, después de llegar a un arreglo satisfactorio a sus respectivas reclamaciones, reembarcaron sus tropas, pero las francesas quedaron en Veracruz. Napoleón III, apoyado por los conservadores mexicanos que aspiraban el establecimiento de la monarquía, rompió sus relaciones con el gobierno de Juárez, declaró la guerra a México y ordenó la invasión de su territorio. Tras de sostener numerosas luchas, el gobierno federal tuvo que abandonar la ciudad, y los invasores se apoderaron de la mayor parte del país. Poco tiempo después se convirtió la república en un imperio, cuya corona ciñó Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria.

Breve fue el reinado del príncipe austriaco y trágico su fin; se mantuvo en el trono mientras Napoleón III pudo darle apoyo militar, pero cuando el emperador francés se vio comprometido en la guerra contra la creciente Prusia, y los Estados Unidos, una vez terminada la Guerra de Secesión que puso término a la esclavitud, estuvieron en condiciones de hacer valer su protesta a Francia por la invasión a México, y demandaron el retiro inmediato de las fuerzas francesas, Napoleón se vio constreñido a ordenar que sus tropas regresaran a Francia, abandonando así a Maximiliano.

En vano la emperatriz Carlota fue a Europa a implorar el auxilio de Napoleón y del Papa; sus ruegos nada pudieron conseguir, y al darse cuenta de que la causa del imperio estaba perdida irremediablemente, enloqueció de dolor. Entretanto, Maximiliano se negó a presentar su abdicación en la creencia de que el apoyo de sus partidarios era suficientemente poderoso para mantenerlo en el trono de México; pero finalmente triunfaron los republicanos, y el infeliz monarca fue fusilado en Querétaro el 19 de junio de 1867; junto a él cayeron sus dos fieles partidarios mexicanos, Miramón y Mejía. En noviembre de ese mismo año, su cadáver embalsamado fue trasladado a Viena.