LOS ABORÍGENES AMERICANOS


Cuando los españoles comenzaron la conquista y colonización de América, encontraron en ella pueblos muy distintos entre sí por su conformación física, color, lengua, costumbres, religión, etc. Sus primeros contactos fueron con agrupaciones poco numerosas a las que hallaron en plena Edad de la Piedra, es decir, con un atraso de 8 a 10.000 años respecto de los europeos. Por eso, cuando más tarde trabaron relación con las culturas azteca, maya e incaica, que se hallaban en un período de mayor desarrollo, ya en la Edad de los Metales, se mostraron sumamente sorprendidos por la faz externa de ambas culturas, especialmente por sus manifestaciones arquitectónicas, ya que su organización política y social puede compararse a la que alcanzaron los pueblos de la cuenca del mar Mediterráneo 2.500 años antes de J. C. Las posibilidades de evolución de las culturas americanas de la época de la conquista eran muy reducidas, porque los americanos carecían de cereales panificables y de grandes bestias domésticas; no conocían la rueda, y su escritura, extraordinariamente complicada, estaba en el período jeroglífico inicial.

Dejando de lado a los pueblos que formaban agrupaciones numerosas, con un grado más avanzado de civilización y organización, tales como los toltecas, chichimecas, chibehas, chimúes, aztecas, quechuas, quichés y mayas, que habían constituido algo así como estados, en su mayor parte los indígenas de América, desde la zona glacial del Norte hasta Tierra del Fuego, la zona más austral, vivían en estado salvaje y eran guerreros feroces e indomables, de costumbres variadas y raras. Los componentes de algunas tribus se desfiguraban el rostro por medio de pinturas y tatuajes; se perforaban la nariz, las orejas y los labios para introducirse en ellos objetos de formas variadas, y se adornaban con plumas de diversos y vistosos colores. Los caribes de las Antillas Menores y de Venezuela, indios crueles y sanguinarios, terror de los conquistadores y de los demás indígenas, tenían aspecto horroroso por sus caras pintarrajeadas, sus largos cabellos y su cráneo deformado por achatamiento de la frente, que producían artificialmente aplicando a los niños ligaduras compresoras desde los primeros días de su nacimiento.

Las armas de los aborígenes americanos eran, con pocas variantes, el arco, la flecha y la macana. La lanza era menos común, y las boleadoras las usaban preferentemente las tribus del Sur, tales como querandíes, charrúas y pampas, que tanta resistencia opusieron al establecimiento de los conquistadores. Para hacer mortales las heridas provocadas por sus armas, aunque éstas no fueran graves, algunas tribus solían untarlas con sustancias venenosas.

En cuanto al vestido y la vivienda, nada puede decirse en general que a todos cuadre, pues variaban enormemente de acuerdo con las características geográficas y climáticas de cada zona, en forma tal que, mientras algunas tribus de la zona tropical andaban completamente desnudas, otras, las de las zonas frías, cubrían sus cuerpos con pieles de animales. Unas carecían de vivienda permanente; otras construían sus habitaciones con ramas, hojas y troncos, con cueros o con barro y paja, y algunas vivían en cuevas.

En su mayor parte eran nómadas, y se sustentaban de los productos de la caza y de la pesca o de frutos y raíces autóctonos; pero había algunas agrupaciones, sobre todo en la zona templada, que comenzaban a fijarse en determinados lugares, y cultivaban vegetales originarios de América: maíz, patatas, frijoles, etcétera.

Ahora vamos a ocuparnos, en forma un poco más detallada, de aquellas tribus indígenas que alcanzan mayor grado de cultura y constituyen rudimentarios estados, a algunos de los cuales ha dado en llamárselos imperios, verbigracia: el azteca y el de los incas, si bien tal vez no fueron sino agrupaciones de pueblos regidos por un orden militar y religioso.