La abdicación de Don Pedro I, el 7 de abril de 1831


Léese en algunas historias de Brasil que al abandono de los intereses de la nación debió Pedro su caída el 7 de abril de 1831. Desorientado, el emperador pareció mostrarse partidario de los portugueses, que no vivían en buena armonía con los naturales del país, y así perdió su popularidad y se malquistó con sus súbditos. Hasta 1830 fue siempre la desconfianza el rasgo característico de sus relaciones con las asambleas legislativas. Éstas se extralimitaban, contrariando los deseos del emperador, y él, seguro de su autoridad, no cedía; con lo cual su respaldo popular se debilitaba cada vez más.

A principios de 1831, hallándose la provincia de Minas agitada por fuertes corrientes liberales, trasladóse el emperador a ella para apaciguar los ánimos, pero fue acogido con indiferencia o con mal disimulada hostilidad. En Río de Janeiro organizaron los portugueses magníficas fiestas para recibirlo con pompa. Los brasileños no sólo no tomaron parte en la recepción, sino que reprobaron aquel júbilo, que constituía una ofensa a los sentimientos generales del país respecto del monarca.

Resultado de esta falta de inteligencia fueron las noches de los botellazos en Río de Janeiro, grave conflicto en que los portugueses representaron el papel principal, como autores. Las víctimas fueron los brasileños en general, y especialmente los de la oposición. El ilustre periodista Evaristo Ferreira da Veiga fue apedreado en su propia casa.

;Hubo protestas contra las depredaciones, y los diputados pidieron una reparación de la ofensa inferida a los sentimientos nacionales; mas no fueron atendidos por el emperador. Apenas si éste reorganizó el ministerio con individuos mal vistos de todos, y días después lo reformó de nuevo con otros menos estimados aun por el pueblo. Fue el ministerio de condecorados, que el pueblo condenó el día 6 ; en comicios a los que lo llevó el deseo de ver destituido aquel gabinete y reemplazado por el anterior. Una diputación compuesta de tres personas subió al palacio imperial, a la que contestó don Pedro que había ejercido un derecho suyo y que estaba dispuesto a “hacerlo todo para el pueblo, pero nada por mediación del pueblo”, y con eso la despachó.

Los sectores populares se mostraron indignados, y lograron atraerse la adhesión de las tropas, incluso la del batallón del Emperador.

por orden del general Lima y Silva fue el mayor Miguel de Frías a conferenciar con don Pedro, para pedir la¡ destitución del ministerio áulico y el nombramiento de otro de tendencia francamente liberal.

La respuesta a este mensaje fue la sorpresa más grande que pudiera esperarse, dada la política seguida hasta entonces por el monarca: el mayor regresó de palacio con un escrito de don Pedro, concebido en estos términos: He aquí mi abdicación. Sed felices; yo me retiro a Europa, dejando un país que amé siempre. Al día siguiente publicábase este documento: Usando del derecho que la Constitución me concede, declaro que he abdicado voluntariamente en la persona de mi muy amado y apreciado hijo don Pedro de Alcántara. -Buena Vista, 7 de abril de 1831.

Los oposicionistas habían conseguido más de lo pretendido, y algunos de los más ardorosos -de los cuales Evaristo da Veiga era el principal-abjuraron de su demagogia y rompieron lanzas en favor de la monarquía constitucional, que, ante la sorpresiva abdicación, corría grave peligro.