El segundo reinado, Don Pedro de Alcántara coronado como Pedro II


Para ilustrar y engrandecer el largo período del segundo reinado, de 1821 a 1889, hay un hecho que por significar un homenaje a la dignidad humana es acreedor, mejor que otro alguno, a nuestra curiosidad. Nos referimos a la abolición de la esclavitud, ley que si bien debilitó en sus últimos días al trono imperial, fortaleció el sentimiento nacional en todos los brasileños.

El imperio, con su segundo emperador constitucional, tuvo un período de regencia, pues el soberano contaba sólo cinco años de edad cuando recibió la corona de manos de su padre. Esta regencia, confiada a Lima y Silva, Monte Alegre y Braulio Muniz, tuvo que luchar desde el principio con las revoluciones que turbaban la paz, entre ellas una muy extravagante que duró diez meses, capitaneada por el coronel Joaquín Pinto Miranda, en Ceará, para restaurar a don Pedro en el trono de Brasil, por considerar su abdicación forzada. La extravagancia del movimiento consistía en ser de propósitos opuestos a los otros, que de ordinario eran nacionalistas, contra el elemento portugués que sin duda preponderaba. En 1835 fue elegido regente del imperio el padre Diego Feijó, que fue interinamente, sustituido, en 1837, por el marqués de Olinda. Durante su regencia, el doctor Sabino Álvarez da Rocha Vieira pretendió fundar la República de Bahía, antes de la mayor edad de Pedro II. Otra grave sedición que hubo de reprimirse, fue la de Marañón, en 1838.

El 23 de julio de 1840 cesó el período de regencia. En esta fecha Pedro II fue declarado mayor de edad.

Tal declaración fue prematura, porque el emperador contaba apenas catorce años de edad. Consultado por una comisión parlamentaria si deseaba ser declarado mayor de edad, contestó el joven monarca en sentido afirmativo. Sentía prisa por ejercer el poder y ver alrededor de él nada más que súbditos.

Y todos se sometieron.

Era de esperar, por su juventud, que fuese Pedro II un emperador voluntarioso, proclive a la arbitrariedad y la fuerza, sin freno ni contrasté... Y, sin embargo, fue digno del título y de los honores tributados a su posición. Dotado de un espíritu liberal, entendía que los hombres tenían derecho a las más amplias aspiraciones. Aficionado al estudio, sus notables adelantos diéronle fama dé sabio. En una palabra, fue considerado como un rey demócrata. No temía a las revoluciones ni a las contiendas civiles. Entendía que, con la generosidad del gobierno, no tardaría en restablecer la paz definitiva. En el reinado anterior, la pena de muerte era cosa muy común; en el suyo, fue, por el contrario, más frecuente la amnistía. Era un hombre bueno y un patriota; dijóse de él que era republicano de corazón.