Otras raras y antiguas creencias en animales fantásticos. Las espantoisas gorronas


Inventaron también prodigiosas leyendas acerca de la zorra, del lobo, de la hiena, del león y del tigre. Llegaron a afirmar que los hombres se convertían en lobos, los cuales eran más feroces que las fieras ordinarias. Los indios creen aún que algunos hombres se convierten en tigres, y los naturales de Australia imaginan que viven en ellos el espíritu de un animal, planta o árbol. Tales ideas descúbrense con frecuencia entre los salvajes de África. Las supersticiones creídas por nuestros propios abuelos en la Edad Media tienen muchos puntos de contacto con las de los pueblos salvajes que aún existen en algunas regiones.

Ciertas expresiones usadas aún ahora nos demuestran cuan arraigadas estaban estas antiguas creencias. Todavía decimos de algo que se ha extinguido y vuelve a cobrar vida “renace de sus propias cenizas como el ave fénix”. A cierta clase de estufas las llamamos “salamandras”, porque era generalizada creencia que este animal podía vivir entre llamas. Todavía en lenguaje figurado es bastante común oír decir que una persona de mal carácter es más terrible que una gorgona. Los antiguos tenían sus gorgonas, monstruos cuyas cabezas hallábanse cubiertas de serpientes en sustitución del cabello. Pero nuestros abuelos conocían otras gorgonas de clases muy distintas. Eran unos fabulosos animales que habitaban en el continente africano, tenían el cuerpo de un gigantesco armadillo, cola de serpiente, piernas y pies de cerdo, y se hallaban recubiertos de grandes escamas. Su cabeza semejaba la de un buey, cubierta de tosco pelo; su mirada petrificada y su aliento despedía un mortal veneno que mataba instantáneamente a los hombres o animales que trataban de atacarlos o tan sólo de aproximarse a ellos.

Hasta los niños pequeños se burlan y ríen al presente de estas historias ridículas que aterrorizaron un día las mentes de los hombres cultos y de los filósofos de la antigüedad. No nos extrañaría tanto el hecho que nuestros antepasados se hubiesen limitado a creer lodos estos disparates, como los necios de hoy creen en las brujas y espíritus; lo que mueve a risa y asombro es que escribiesen libros serios en los que se relataban terribles aventuras ocurridas con estos seres imaginarios. La relación de las cosas imposibles en que, en aquellas edades, creían las personas no tiene casi fin.

Había un árbol que producía corderos; otro que se alzaba del fondo del mar, brotando de las maderas de los buques naufragados, y producía gansos. Admitíase la existencia de un animal espantoso, provisto de tres cabezas, una de león, otra de cabra y la tercera de dragón, conocido con el nombre de quimera, y la de otros seres fabulosos, llamados arpías y sirenas, que atraían a los navegantes hacia los bajos y los escollos. Las arpías tenían cabeza y cuerpo de mujer y garras de águila. Las sirenas de hoy en día son esos aparatos usados en las fábricas para señalar la hora a los obreros, o por los vapores para avisar su salida y en tiempo de niebla; pero a las de la antigüedad se las suponía mujeres con la mitad inferior de su cuerpo en forma de pez, dotadas de voces dulcísimas con las que lograban apartar a los navegantes de sus rutas y estrellar a sus buques contra las fatales rocas a las que, con sus melodiosos cantos, los habían atraído esos fantásticos habitantes del mar.