Los antiguos creían que terribles monstruos habitaban en las aguas de los océanos


No es de extrañar que el mar ofreciese a los antiguos amplio campo a sus fantasías, pues aun hoy los vastos y misteriosos océanos ejercen sobre nosotros indecible fascinación y terror. Todos conocemos el león marino, que no es sino una foca de grandes dimensiones; pero solía considerárselo como un monstruo de los abismos, de forma parecida al león, cubierto de una cota de malla. La idea debió de partir de algún observador que advirtió que a esta foca, cuando está seca, le cuelgan largas crines que le dan el aspecto de un león, y alguien dedujo de ello que este animal era realmente un león y le añadió la cota de malla al describirlo, a manera de ornamento caprichoso. Tenemos también el elefante marino, una foca de aspecto repugnante y de grandes dimensiones, cuyo hocico recuerda la trompa de un elefante pequeño. En tiempos ya remotos escribieron los hombres acerca de este animal y lo representaron en sus cuadros con cabeza, trompa, colmillos y piernas anteriores de elefante, y el resto del cuerpo de pez.

El tamaño y la fuerza de la ballena ya son de por sí suficientes para dejar satisfecho al más descontentadizo; pero a nuestros antepasados, sin duda, no les parecían bastantes, por lo que le atribuyeron una longitud de 300 metros y una anchura de 150, con dientes de 3'/2 metros de largo y ojos tan enormes, que en el espacio de cada uno de ellos podían acomodarse muy bien veinte hombres.

Asegurábase que la ballena poseía dos cuernos o tubos, a través de los cuales lanzaba grandes columnas de agua, capaces de hacer naufragar un buque. Decíase también que las ballenas se elevaban hasta las nubes y se dejaban caer después encima de los navíos, haciéndolos zozobrar. Su cabeza se hallaba, además, guarnecida de un gran número de cuernos afilados. Por entre este cúmulo de extravagantes exageraciones vemos, no obstante, que alguien trató de describir una ballena provista de dientes, habiéndole sugerido la idea de los cuernos esparcidos por la cabeza las láminas córneas que en la mandíbula superior poseen estos animales. Afirmábase que el monstruo subía a la superficie del agua, trayendo gran cantidad de arena sobre sus lomos, y que en ocasiones ocurría que los navegantes se aproximaban a ellos con sus barcos y, tomándolos por islas, dejaban caer sus anclas, desembarcaban y encendían candela para cocinar sus alimentos, hasta que la ballena sentía el calor del fuego sobre su piel y se sumergía de repente, arrastrando consigo buque y hombres.