Maravillas del mundo moderno


El transcurso de los años trajo una nueva civilización, en la cual el progreso de la ciencia hizo posible que el hombre afrontara problemas que antes le estaban vedados, y realizara hazañas inconcebibles. Ciento cuarenta y seis metros de altura tenía la pirámide de Cheops, la más alta de las construcciones antiguas; la arquitectura moderna ha construido numerosos edificios de esa altura y no pocos mucho más altos. En definitiva, no se sabe aún cuál será el límite de las obras arquitectónicas modernas, entre las cuales se destacan, por ahora, el Empire State de Nueva York, Estados Unidos de América, que alcanza a 381 metros de altura; el Chrysler, de la misma ciudad, de 319 metros; la torre Eiffel de París, Francia, con sus 300 metros, y el Sixty Wall Tower, también de Nueva York, con 290 m.

La potencialidad de nuestra civilización ha permitido realizar obras de ingeniería de extraordinaria importancia, verdaderas maravillas de la técnica, tales como puentes, túneles, canales, diques y presas. Entre estas obras, productos del ingenio y la capacidad del hombre moderno, podemos citar los puentes colgantes Golden Gate, de 1.280 metros de luz, tendido sobre la bahía de San Francisco de California; el George Washington, de 1.067 metros, sobre el río Hudson, en Nueva York; el Tacoma, de 853 metros, en los estrechos de Tacoma, en Washington, todos en Estados Unidos de América; y el Quebec, que une ambas orillas del río del mismo nombre, en Canadá.

Para permitir el tránsito ferroviario entre Italia y Suiza, fue abierto el famoso túnel del Simplón, de 20 kilómetros de longitud; entre las ciudades italianas de Bolonia y Florencia se abre el túnel Apenino, de 18 kilómetros, y en los Alpes Suizos están los de San Gotardo y Lotschberg, de 15 y 14,6 kilómetros, respectivamente.

Para acelerar las comunicaciones fluviales y marítimas, el hombre ha construido numerosos canales uniendo ríos, mares u océanos; entre los más largos e importantes podemos citar los siguientes: el Dortmund-Ems, en Alemania, que luego de 280 kilómetros de recorrido una la ciudad de Dortmund con el puerto de Emden; el que en Rusia une, a través de 227 kilómetros de recorrido, los mares Báltico y Blanco; el de Suez, que une los mares Rojo y Mediterráneo, en Egipto, tras recorrer 163 kilómetros, y el de Panamá, en la república del mismo nombre, que tiene 82 kilómetros de longitud y une los océanos Atlántico y Pacífico.

No menos importantes y significativas son las obras realizadas por el hombre para la contención de las aguas de mares y ríos, tales como diques y presas. Las costas de Holanda, país cuyas tierras están en muchas partes bajo el nivel del mar, son defendidas por una serie de diques que han permitido, al mismo tiempo, ganarle al mar miles de kilómetros cuadrados de tierras, tales como el que va cerrando, poco a poco, la boca del golfo Zuiderzee. Casi todos los países han construido obras que les permiten controlar las aguas de sus ríos, para emplearlas de acuerdo con sus necesidades y obtener energía barata; esas obras son las presas, entre las que podemos citar la del Dniéper, en Rusia, y la de Elephant Butte, en Río Grande, Estados Unidos, cuyos embalses aseguran aguas para el riego de extensas zonas y producen millones de caballos de fuerza motriz para la industria.

Pero las maravillas del mundo moderno no son solamente aquellas que corresponden a la arquitectura, el arte y la ingeniería, sino que las hay de la más diversa índole: científicas, mecánicas, etcétera.

La telefonía y la radiotelefonía abrieron horizontes inmensos; los estudios de Edison primero, y los de Marconi después, hicieron posible la intercomunicación casi instantánea, acercando a los pueblos que hoy pueden conocer, casi al instante, los sucesos importantes que ocurren en cualquier país del mundo.

El cinematógrafo ha dado pasos gigantescos; desde aquellas viejas películas en que la imagen saltaba grotescamente, hemos llegado al cine sonoro y en colores, a la pantalla panorámica y al cinemascope, que permiten apreciar en toda su belleza un paisaje o una escena cualquiera.

La leyenda de Icaro ha sido ampliamente superada, y el hombre, con su ciencia, ha arrancado a los pájaros su milenario y valioso secreto, llegando a construir aviones cada día más veloces y perfectos: potentes, cómodos y seguros. La imaginación ha quedado rezagada con respecto a la realidad, de la misma manera que el sonido ha quedado detrás del avión supersónico que lo produce. El avión de reacción o de retropropulsión abre nuevos campos de experimentación, que apenas han comenzado a investigarse, y cuyas consecuencias finales no podemos siquiera imaginar.

La radiotelefonía y la radiotelefotografía han quedado también atrás, superadas por la televisión, que ha dejado de ser una quimera; una pantalla nos permite ver lo que al mismo tiempo escuchamos.

Los Curie y los Rutherford soltaron las fuerzas del misterioso mineral llamado radio, y en ese mundo inmenso, dentro del cual nos sentimos empequeñecidos, presentimos un valioso campo de posibilidades futuras.

La bomba atómica, de la que oímos hablar por primera vez en 1945, con todo el horror que importa su enorme poder de destrucción, nos muestra, a la par que nuestra ignorancia, lo que el futuro puede depararnos. La liberación de la energía atómica y el empleo de la solar pueden crear, en pocos años, una industria distinta de la actual, en la cual una energía nueva, moviendo todas las ruedas de todos los mecanismos del orbe, convierta al petróleo y la electricidad en cosas del pasado.

Las vacunas y los antibióticos, que preservan y devuelven la salud, son otras tantas maravillas del mundo moderno, frutos del estudio y el trabajo de los hombres de ciencia.


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