Un reloj que por tocar mal salvó la vida de un hombre


Así, pasan los días y las noches, las semanas y los años, y el fiel reloj sigue sin cesar señalándonos la hora. Algunos relojes se mantienen en buen funcionamiento durante muchísimos años.

Pero como en este mundo no existe nada perfecto, tampoco puede serlo el reloj. En cierta ocasión, la equivocación de un reloj salvó a un hombre de una muerte cruel.

Cierto centinela del palacio real inglés fue acusado de haberse dormido a las doce, durante su guardia nocturna. Si los acusadores hubieran podido probar su falta a aquel pobre soldado, el infeliz habría sido pasado por las armas, de modo que nada deseaba éste con mayor anhelo que probar que no se había dormido. De pronto se le ocurrió la deseada prueba.

-Puedo demostrar con toda evidencia que no me he dormido -dijo-; y la prueba es que oí al Gran Tom de Westminster dar las trece.

De buenas a primeras esta salida fue considerada como una solemne majadería, porque sabido es que los relojes no tocan seguidas más de doce campanadas; pero, abierta una información, se averiguó que aquel soldado tenía razón y decía la verdad; efectivamente, aquella noche el reloj se había descompuesto y tocado las trece en vez de las doce. He aquí cómo el error de un reloj pudo salvar la vida de un hombre.

El Gran Tom de Westminster era el reloj colocado por orden del rey Eduardo I de Inglaterra en el Parlamento inglés. Día y noche, sin interrupción, durante 400 años, pudo oírsele dar las horas. Ahora ya no existe; en 1858, otro reloj, conocido con el nombre de Big Ben, sustituyó al Gran Tom, y reina en su lugar.