La aviación progresa a pasos agigantados


Si bien los vuelos hasta entonces realizados presagiaban el futuro desarrollo de la aviación, ésta comenzó a cobrar importancia con los viajes transoceánicos. En 1919 se realizaron dos cruces del Atlántico Norte en avión. El primero lo comenzaron cuatro aviones navales de Estados Unidos el 16 de mayo: partieron de Terranova y sólo uno de ellos, el piloteado por el comandante A. C. Read, logró cumplir en dos escalas el recorrido, arribando el 31 de ese mes a Plymouth, en Inglaterra. El otro fue el notable vuelo directo de los aviadores británicos John Alcock y Arthur Brown, que el 14 de junio de 1919 volaron desde Terranova hasta Clifden, en Irlanda, sobre una distancia de 3.041 kilómetros, en 16 horas y 12 minutos. Ese mismo año. dos pilotos australianos, Ross y Keith Smith, lograron unir en varias etapas Australia y Gran Bretaña.

Estas tres travesías tuvieron la virtud de demostrar que el hombre comenzaba a dominar la ciencia y el arte de la navegación aérea, es decir, que entraba en la era de la aeronáutica. Cierto es, sin embargo, que esas tres demostraciones se hicieron buscando la ayuda de las corrientes de aire favorables, al realizar los vuelos de Oeste a Este. Diversas circunstancias impedían asegurar todavía el resultado de los cruces directos del Atlántico Norte en sentido contrario. Nueve años después, los aviadores alemanes Huenefeld y Koehl, en compañía del irlandés Fitzmaurice, unieron a Irlanda con el Labrador por la ruta opuesta.

Tampoco la vía aérea del Atlántico sur resultó más accesible. Ni los portugueses Cabral y Coutinho en 1922, ni el español Franco, ni el italiano De Pinedo, a principios de 1927, lograron volar directamente de Europa al Brasil, aunque lo hicieron con algunas forzadas etapas. Los primeros en efectuar la travesía de continente a continente fueron los franceses Costes y Le Brix, que el 14 de octubre de 1927 salieron de Saint Louis, Senegal, y aterrizaron en Natal, después de 17 horas y 7 minutos de vuelo.

Antes de eso, Charles Lindbergh había efectuado, entre el 20 y el 21 de mayo del citado año de 1927, el magnífico cruce directo desde Long Island hasta París, el segundo sin etapas sobre el Atlántico norte y el primero realizado sin acompañante, en un avión monoplaza. Voló sobre 5.836 kilómetros en 33 horas y 33 minutos. Este vuelo sirvió de acicate a los promotores aeronáuticos de Estados Unidos de América.

La hazaña de Lindbergh sorprendió al mundo entero. El joven aviador sólo contaba veinticinco años de edad, y ya había realizado importantes vuelos como piloto de líneas comerciales y como probador de aviones a través de extensos territorios de Estados Unidos de América. Especialista en vuelos nocturnos y bajo toda clase de condiciones atmosféricas, al realizar el famoso viaje Nueva York-París, Lindbergh había ya salvado su vida tres veces lanzándose en paracaídas, lo que es un índice de su temperamento, que le permitió emprender travesías arriesgadas confiando en su pericia y en su suerte para vencer cualquier peligro.

La población de París tributó al Águila solitaria una gran recepción triunfal. Entre los que le recibieron figuraba Blériot, el héroe de la travesía del canal de la Mancha, realizada dieciocho años antes. Ambas travesías tuvieron análoga repercusión mundial, lo que prueba la rápida marcha en el progreso de la aviación, al hacer en tan breve espacio de tiempo, equiparables en cuanto a trascendencia y entusiasmo popular, dos vuelos de tan distinta longitud.

El avión utilizado por Lindbergh, de nombre Spirit of Saint Louis, estaba provisto de un solo motor con un poder de 220 caballos de fuerza, lo que demuestra la pericia del piloto y su valor, pues incluso hoy es temerario realizar ese viaje en las condiciones que lo hiciera Lindbergh, aunque se disponga de los poderosísimos aviones modernos.