La cinematografía inglesa, sus tendencias


En el año 1927, en vísperas del advenimiento del cine sonoro, el Parlamento inglés votó el Cinematograph Films Act, que da su carta al cine británico.

Formáronse al punto varias tendencias: Herbert Wilcox, representante de la tradición; Basil Dean y Adnen Brunel, partidarios del documental realista; Anthony Asquith, Alfred Hitchcock, Walter Summers y John Grierson, representantes de los naturalistas. Los extranjeros Paul Czinner, E. A. Dupont, Arthur Tobson, Alberto Cavalcanti, Rene Clair y Alexander Korda, aclimatados en Inglaterra, aportan su carácter peculiar a la cinematografía británica.

Este último realizó en 1934 la sensacional Vida privada de Enrique VIII, que lanzó la moda de los filmes históricos, concebidos, no bajo el aspecto de una vasta pintura al fresco decorativa, sino de acuerdo con algunas anécdotas íntimas, a menudo irónicas, porque no cabe olvidar que Korda, además de escudriñar lo más recóndito del alma de Enrique VIII, trató el personaje con sutil humor. Así, tras La vida privada de Enrique VIII, los ingleses nos ofrecen un buen número de retratos reales: Catalina de Rusia, El consejero del rey, La rosa de los Tudor, Nell Gwynn, La reina Victoria y Rembrandt, también de Korda, a quien la corona premió sus trabajos en el cine con el título de sir.

Entre los más distinguidos realizadores extranjeros aclimatados en Gran Bretaña, hemos mencionado a Paul Czinner, que realizó un filme notable: No me dejes (1935), adaptación de una obra de Margaret Kennedy, que era como una segunda parte de su novela La ninfa constante, de la que también el cine británico hizo una cinta delicada, dirigida por Basil Dean. Al productor Erich Pommer, que también trabajó en Gran Bretaña antes de irse a América, se debe una de las mejores obras de aquel período: Callejón sin salida, de Tim Whelan, con Charles Laughton y Vivien Leigh. En cuanto a la cooperación anglo-estadounidense, nos ofrece La ciudadela, de King Vidor, y un filme delicioso: Adiós, Mr. Chips, de Sam Wood.

Hemos visto, pues, que la emigración centroeuropea acabó por dar forma a la fisonomía del cine inglés, fisonomía de perfiles muy acusados, a igual distancia del cine estadounidense, con su dinamismo y superficialidad, y de la escuela europea, más densa y pausada. Que ello es así lo demuestran cintas bellas como: Llovida del cielo, Mientras arde el fuego, Pigmalión, Enrique V, Hamlet, y filmes animados por un raro sentido del humor: tales como Coqueta hasta el fin y Boda sosegada.