Un reloj que señalaba las horas por medio del abrir y cerrar de las flores


El célebre botánico sueco Linneo quedó tan sorprendido de la regularidad con que se abrían o cerraban ciertas flores según las horas del día, que construyó un reloj floral, cultivando en un trozo de tierra una serie de plantas cuyas flores se abrían las unas después de las otras. Claro está que este reloj no podía usarse más que en verano.

No hay duda de que las plantas son sensibles a las diferencias de luz que se notan en las distintas horas del día, no abriéndose sus capullos hasta que esa luz ha adquirido la intensidad necesaria. Esto no es bastante, sin embargo, para explicar el fenómeno, pues hay horas en que la luz de la tarde tiene la misma fuerza que la de la mañana, y, sin embargo, ciertas flores se abren a la tarde y no a la mañana. Se explica entonces este distinto comportamiento considerando lo que se llama día luz, es decir, el número de horas de luz diaria que debe recibir la planta para acumular la cantidad de energía de que necesita para el cumplimiento, en este caso, de la función de apertura de las flores.

Como no todas las plantas requieren la misma cantidad de horas de luz, exigiendo algunas períodos mucho más prolongados que otras, eso es lo que establece la diferencia fundamental. Hay especies que son muy sensibles a la influencia de la luz, otras lo son poco, y otras finalmente resultan más o menos indiferentes a su presencia o ausencia.

No hay duda de que las plantas poseen facultades especiales acerca de las cuales no sabemos casi nada.

Probablemente lo que sucede es que los fenómenos que nosotros vemos, no son el resultado de un determinado estímulo o condición, sino la suma de muchos factores distintos que, en un momento dado, producen una reacción del vegetal que nos llama la atención.

Al tratar de la influencia de la luz sobre el abrir o cerrarse de las flores, conviene que por un momento volvamos a considerar la cuestión del ambiente, pues se observa que la mayor o menor cantidad de luz que hay en lugares determinados influye en la distribución de las diversas especies de plantas. Si, por ejemplo, paseamos por un pinar, no podrá menos de sorprendernos el escaso número de plantas que en él crecen; la mayor parte del suelo está cubierta de hojas caídas, que forman una capa espesa, y sólo en algunos puntos crece un poco de musgo de un tinte verde blanquecino. Esto se debe a dos motivos, uno de los cuales es que la capa de hojas caídas hace que el terreno sea poco accesible a las semillas; pero el motivo principal es que las hojas de las copas de los pinos, constituyendo una especie de techumbre, interceptan gran parte de la luz, tanto en verano como en invierno; y son escasas las plantas que pueden vivir en esas condiciones poco propicias.

Los bosques formados por árboles cuyo follaje se desarrolla principalmente en las ramas bajas, también son algo oscuros en verano; pero en invierno y en la primavera, si se trata de árboles de hojas caducas, como el haya u otros semejantes, la luz es intensa, y las plantas pueden prosperar, con tal de terminar su desarrollo antes del verano. Las plantas que viven en ese tipo de bosques han de acostumbrarse a florecer en el transcurso de la primavera.