Maravillas de los capullos que sirven de albergue a las delicadas flores


Cuando en otoño se cosechan las castañas, se ve pender de las ramitas pares de botones o bolitas duras y verdes, las cuales se volverán alargadas, blandas y amarillas a la llegada de la primavera. Al recoger los frutos maduros del manzano, se distingue fácilmente, en el árbol, cuáles son las yemas de donde nacen hojas, y cuáles las que producen flores, pues las segundas están mucho más hinchadas que las primeras. Si examinamos un bulbo de jacinto, de esos que se compran en otoño para plantar en el jardín, veremos por el agujero que hay en la parte de arriba, yemas diminutas que ya se han formado en su interior.

Hay algo más extraordinario todavía que la influencia de las estaciones en las plantas, y es el hecho de que algunas de ellas se den cuenta de la hora. Existen flores de día, o diurnas, de noche, o nocturnas y otras que permanecen abiertas día y noche; pero no todas las flores diurnas suelen abrirse a primera hora, ni quedan abiertas hasta que se pone el sol. Ciertas flores de verano, como las de la planta llamada barba cabruna, se abren a eso de las cuatro de la madrugada y se cierran con frecuencia a las diez o las once, pero siempre antes del mediodía.

La pimpinela se cierra siempre en las primeras horas de la tarde, como casi todas las flores que se abren en la madrugada. Ninguna de las flores de noche suele abrirse antes de las seis de la tarde. Si nos fijamos en la prímula nocturna, tal como aparece durante el día, veremos que sus flores están todas cerradas, flojas y descoloridas; pero en cuanto empieza a caer la tarde, los capullos se abren repentinamente y los pétalos amarillos adquieren todo su desarrollo, mientras su penetrante y grato perfume invade el ambiente. Lo propio puede observarse tratándose de otras flores, sean silvestres o de jardín.