Pez que guía al tiburón a veces hacia los alimentos y otras hacia la muerte ciega


Cuando nada con un tiburón, el pez piloto va a la vanguardia, y, tan pronto como descubre alguna presa, se arroja sobre ella, azotando el agua con la cola para atraer la atención del monstruo. Luego, al llegar éste, comparte con él la caza. Pero, con frecuencia, le señala también los anzuelos cebados que lanzan los marinos, y se retira para presenciar la captura del tiburón. El pez piloto tiene unos treinta centímetros de longitud, aproximadamente, y su cuerpo es azul, con listas oscuras.

Al hablar de este ayudante del tiburón, acude a nuestra memoria el recuerdo de otro corsario, de un género muy distinto, que muestra para la caza quizá más habilidad que otro pez cualquiera. Se trata del llamado pez pescador o diablo marino, horrenda criatura cuya temible boca está armada de numerosos dientes a modo de sierra, y que alcanza en algunos parajes una longitud de cerca de 2 metros, siendo, naturalmente, el terror de los peces pequeños. Pero su marcha es muy lenta y tiene que recurrir a la astucia. Pasea sobre el fondo del mar ayudándose de sus anchas aletas. Bate con ellas la arena y el cieno hasta quedar cubierto y escondido, con lo cual no deja de llamar la atención de los peces cercanos, que procura atraer de este modo. Si no lo consigue, permanece oculto, y pone en acción su caña de pescar. Es ésta un largo tentáculo que sale de su cabeza y termina por una especie de borla. Agitándola con cuidado, los peces próximos se engañan y lo confunden con algún cebo apetitoso, precipitándose para cogerlo; pero, apenas llegados, son víctimas de su error, y desaparecen rápidamente en la boca del diablo marino.

El pez pescador marcha bastante bien con sus aletas por debajo del agua, pero hay otros peces pequeños que hacen lo mismo con las suyas sobre la tierra; son los perioftalmos.

Estos curiosos animales tienen unos 13 centímetros de longitud, cabeza voluminosa, con ojos muy juntos y salientes, y la base de las aletas pectorales cubiertas de músculos y escamas; saltan a las orillas del mar o de los ríos, y atrapan las moscas y otros insectos. Es extraordinario verlos correr sobre el fango y aun sobre la hierba, apoyándose en sus aletas y ayudándose con la cola. Desarrollan tal velocidad que en muchos casos se los confunde con pequeños lagartos.