El animal más juguetón del mar, cuyas mandíbulas están provistas de más de cien dientes


Los delfines son los animales más juguetones que hay en el mar. Se reúnen en grupos de veinte o treinta, y se les ve dando saltos y tumbos en las olas, de todos los mares menos el Ártico y el Antártico; siguen a los buques por espacio de centenares de millas, y por rápida que sea la marcha, nunca se quedan rezagados. El delfín no busca a los barcos por los desperdicios que de ellos se arrojan, pues en lugar de hacer como los tiburones que siguen la estela con ese fin, va adelante o al lado de la embarcación. Esto, unido a la circunstancia de ser alegre y juguetón, ha dado origen, desde la más remota antigüedad, a numerosas fábulas y leyendas que presentan a este animal como amigo y protector del hombre.

La marsopa tiene voz, y se la oye gritar en trances apurados; también la tiene el delfín, pero se sirve de ella para llamar a sus compañeros. Semeja el mugido lejano de una vaca.

Existen animales que por su aspecto han dado lugar a creencias en la existencia de las sirenas. Estas imaginarias creaciones de la fábula son en realidad dos mamíferos marinos, llamados respectivamente manatí y dugongo. Juntos forman un grupo conocido con el nombre de sirenios, que se les ha dado por su semejanza más o menos imaginaria con las sirenas de la mitología. Su aspecto, a primera vista, se parece más bien al de la marsopa; pero no se nutren de peces, sino de algas y de plantas acuáticas. El dugongo de Malasia vive en mares poco profundos; el manatí de América penetra por los ríos y se come las plantas que crecen en sus cauces. Estos dos animales tienen la cabeza redonda y de color negro.

Cuando dan de mamar a sus hijuelos, los sostienen entre sus aletas, de manera que las cabezas de la madre y de su cría asoman fuera del agua. Al verlos, los navegantes se figuraron que eran sirenas. Durante miles de años se creyó que esos seres eran hombres y mujeres-peces, es decir, con cola de pez. Ambos son al presente muy escasos. El manatí común mide alrededor de 3 metros, tiene cuerpo grueso y deforme, con la piel muy engrosada y rugosa, casi desprovista de pelo, y de color gris azulado. Posee cabeza achatada, con hocico grande; el labio superior recubre al inferior y forma dos lóbulos, el cuello es corto. Las extremidades anteriores están transformadas en largas aletas que suelen terminar en uñas rudimentarias. Vive en el agua poco salada, en la cercanía de las costas, en los ríos que dan directamente al mar, o en lagunas inmediatas a éste. Se alimenta de plantas acuáticas y de hierbas que crecen en las orillas para lo cual utiliza las aletas como si fueran manos. El manatí floridano solía abundar mucho en las costas de la Florida y en todos los contornos del golfo de México; pero ahora sólo< quedan unos pocos, que se conservan cuidadosamente en la Florida y en Yucatán. Hay, no obstante, otra especie que abunda todavía en Brasil, y es el manatí del Amazonas.