Cómo debieron de aproximarse los perros al hombre


De esta suerte los perros tendrían ocasión de ver que el hombre era capaz de derribar a muchos animales de los cuales dependía su sustento, y que podía, además, abandonarles buenas raciones de carne y huesos de sus presas, en cantidad más que suficiente para celebrar otros tantos festines caninos. Y así llegó una época en la que los perros siguieron al hombre, como el chacal sigue al león o al tigre. Acompañáronlo a su rústica morada para recoger las piltrafas sobrantes. Y de este modo fueron acercándose a su futuro dueño. Uno y otros empezaron a acostumbrarse a estar juntos.

Pero podemos preguntar: ¿por qué no mataba el hombre a los perros que se le acercaban, para comerlos luego? Sin duda debió de hacerlo con frecuencia, aunque no cuando podían serle útiles. Si observamos el mundo actual, notaremos que el hombre no come animales carnívoros. Come sólo los que se alimentan de granos y hierbas. La carne de los animales carnívoros es grosera y fétida, y únicamente en caso de gran escasez la acepta el hombre. Lo mismo debió de suceder en los tiempos pasados; y esta circunstancia contribuiría a quitarle en parte el deseo de atacar a los perros, y mucho más cuando éstos se prestaron de buen grado a cooperar con él en sus cacerías.

Cuanto más unidos se hallaban los hombres y los perros, tanto mejor debieron de comprender las ventajas de su asociación. El perro consideró al hombre como un ser extraño y autoritario, dotado de poderes misteriosos. El hombre vio en el perro un animal hábil y veloz en la caza, y acabó por comprender lo muy útil que podía serle. Algunos perros debieron de establecer su vivienda cerca de la del hombre; aunque también parece probable que éste se apoderase de algún cachorro para criarlo y enseñarle a cazar en su compañía. El animalito lo condujo luego con su olfato y oído finísimos al lugar en que se encontraba la caza. Mató el cazador las piezas, y obtuvo el perro una parte de la carne de aquéllas como recompensa.

No ocurrió todo esto en un día o en un año. Estas costumbres acabaron por transformarse en una especie de tácito pacto. El perro cazaría para el hombre, quien, a su vez, mataría la caza, lo mantendría y le suministraría un albergue. Los tiempos fueron cambiando gradualmente. Con el progreso de la civilización, los medios de vida se fueron haciendo más numerosos, y el hombre no tuvo ya tanta necesidad del perro; pero la afección que había heredado de sus antepasados hacia este animal no debía ya morir.

Lejos de las ciudades, la vida del antiguo auxiliar del hombre conserva mucho de su primitiva forma. El pastor no podría, sin su ayuda, conducir y vigilar sus rebaños. Los perros de pastor constituyen uno de los más perfectos ejemplos de la inteligencia en los animales. Conoce el ganado de su amo tan bien como éste, quizás mejor que éste. Sabe ir en busca del cordero extraviado en otro rebaño y traerlo al de su dueño. Sabe reunir al ganado disperso y errante por la montaña envuelta en la niebla; conduce al establo, sano y salvo, al cordero perdido, o a la oveja ahuyentada lejos de sus compañeras.

Otros, entre los perros que trabajan para vivir, son el ventor, el perdiguero, el sabueso, el de busca y el raposero. El ventor, al descubrir la presencia de la caza “ventea”: mantiénese rígido aspirando el aire, y parece apuntar con el hocico al lugar en que se encuentra la pieza, como invitando al cazador a que dispare. El perdiguero se agazapa y esconde para acercarse a las piezas sin espantarlas. El sabueso encuentra, entre mil, la verdadera pista. El perro de busca extermina a los ratones y otras alimañas dañinas. El raposero, animal de lujo, se reserva para la caza de la raposa o zorra.

Pero el perro de pastor es el que colocaremos en lugar aparte, como el mejor representante actual de la habilidad canina. Han notado los observadores que en dondequiera que se encuentran estos animales, se los ve siempre con cierto aire de seria gravedad. Profesan gran cariño al amo, y al mismo tiempo parecen conceder gran importancia a la propia labor. En cierta ocasión murió un pastor, y no se supo su muerte hasta dos días más tarde. Los perros permanecieron en su puesto, velando el ganado; conduciéndolo, como de costumbre, a los elevados parajes de las montañas en donde crecía el pasto en abundancia; acompañándolo siempre y volviéndolo al establo.