De la infancia del salmón y la vestidura de plata que lleva para ir al mar


El largo y penoso viaje emprendido por el salmón tenía por único objeto depositar sus huevos en un lugar apropiado. No puede hacerlo en el mar, porque es necesario que estén puestos en el agua dulce. Los huevos permanecen enterrados en la grava por lo menos durante diez, y aun acaso veinte, semanas, según el tiempo que haga. La puesta se efectúa en otoño, verificándose la incubación a mediados del invierno. Mientras tanto, los salmones viejos regresan al mar, sin que nadie los moleste, pues únicamente se los pesca cuando remontan los ríos.

Fijémonos ahora en la vida de la cría del salmón. Recién nacidos, son sumamente feos, con una pequeña bolsa adherida a ellos. Esta bolsa encierra el alimento con el cual habrá de vivir por espacio de cinco o seis semanas. El salmoncito tiene boca, pero durante este tiempo no come nada, puesto que cuenta con la sustancia contenida en su saquito. Cuando empieza a comer, es un ser diminuto, cuyo largo no pasa de 3 centímetros. Al cabo de cuatro meses tiene el doble de esta longitud.

Por espacio de un par de años, el joven salmón no hace más que absorber el alimento que le suministra el agua dulce; se pone robusto y gordo, y va formando la armadura de plateadas escamas. En cuanto están formadas tales escamas, el animal siente anhelos de emigrar a otros parajes; así es que en la primavera se dirige hacia el mar, reunido en grandes cardúmenes. Franquea fácilmente las cataratas, las presas y otros obstáculos que encuentra en su viaje; pero por ligero que vaya, parece como si se fijara en el camino seguido, con objeto de encontrarlo a su regreso. Los salmones jóvenes no emigran todos de una vez; los hay que lo hacen al año de haber nacido; otros, antes de emprender el viaje, permanecen por espacio de dos o tres años en los lugares donde nacieron; y no todos los que van al mar vuelven siempre a los mismos ríos, sino que algunos parecen extraviarse, remontándose por otros, aunque éstos son los menos.

Los que vuelven dentro del primer año permanecen muy poco tiempo en el mar. Comen con voracidad, y crecen rápidamente. Al ir río abajo, sólo pesaban unos cuantos gramos; cuando regresan, a los tres o cuatro meses, su peso es de dos o tres kilogramos.