El hombrecillo salvaje que mató a un okapi de una lanzada


Los indígenas, de cuando en cuando, veían a algún okapi, porque viviendo cerca de los lugares frecuentados por dicho animal, forzoso era que una u otra vez lo encontraran paciendo. El mayor Powell-Cotton, que también fue un gran viajero, se pasó nueve meses sin lograr descubrir uno siquiera. Por último, un cazador salvaje, uno de esos pigmeos que hay en África Central, pudo enseñarle un ejemplar. Por desgracia, estaba muerto, pues el pigmeo lo había matado con su lanza. El cráneo y la piel, después de disecados, fueron enviados a Inglaterra. Para cerciorarse de que se trataba realmente de un okapi, un caballero inglés se lo mostró a unos pigmeos que habían sido llevados a aquel país; en cuanto vieron la piel, se pusieron a gritar todos: “¡El okapi! ¡El okapi!”

El descubrimiento de que acabamos de hablar ofrece sumo interés. El okapi tiene las patas, las pezuñas, y casi todo el cuerpo, como el ciervo; pero el pelo de las patas y del cuarto trasero, es listado, como el de la cebra. Su cabeza recuerda la de la jirafa, y la conformación del sistema dentario reproduce exactamente el de aquélla; además, tiene en la cabeza unas excrecencias huesosas parecidas a los cuernos de la jirafa. Los naturalistas aseguran que el okapi es muy semejante a los animales de la familia de la jirafa que existieron en los tiempos prehistóricos.