Cuando se siembra una semilla ¿está contenida en ella toda la planta?


Esta cuestión fue discutida durante muchos años en tiempos anteriores a los nuestros. Existían dos opiniones. Un grupo de pensadores sostenía que, si nuestro poder visual fuera mayor, descubriríamos en la semilla una planta pequeñísima, pero perfectamente formada, y en el huevo, por ejemplo, un pollito diminuto. El otro bando aseguraba que no había tal cosa, que ni en la semilla ni en el huevo había planta ni pollo, ni nada que se le pareciese. Después se inventó el microscopio; y la cuestión quedó resuelta de una vez para siempre.

En el huevo no hay nada que ofrezca el menor parecido con un pollo; ni en la semilla la forma de una planta diminuta. Cada criatura viviente nace de una sola célula; y estas células, vistas con el microscopio, son tan semejantes las unas a las otras que no ofrecen ninguna particularidad que las distinga. Deben de ser, en realidad, bastante diferentes; pero, al principio, ninguna de ellas presenta el menor signo que nos haga sospechar a qué clase de criatura dará vida. Sería imposible que toda la materia de la planta estuviese contenida en su semilla. Una encina pesa millares de veces más que la bellota que le dio el ser. De ningún modo podría suceder, físicamente hablando, que la semilla de cualquier viviente contuviera la materia que contiene dicho ser cuando está desarrollado. Toda esta materia, excepto una parte muy pequeña, la ha obtenido el mismo ser para su nutrición. Ésta es precisamente la causa por la cual los niños, que tienen que crecer, necesitan más alimento, en proporción a su tamaño, que las personas adultas.