LAS CEREZAS DE SAN PEDRO - Juan Wolfgang Goethe


Juan Wolfgang Goethe es, juntamente con Schiller, el poeta más glorioso de Alemania. Nació en ¡Francfort el 28 de agosto de 1749 y alcanzó una edad muy avan2;ada, pues murió, en Weimar, el 22 de marzo de 1832, cuando contaba más de ochenta y dos años. Su obra más notable es “Fausto”. Aquí ponemos una poesía cortas, un cuento con profundo sentido moral.

Cuando aun desconocido
Por tierra de Judea
Caminaba Jesús a la ventura,
De la ignorante multitud seguido,
Para quien era oscura
La palabra divina,
Gustaba predicar al aire libre,
Porque bajo la bóveda azulada
Se transmite mejor el pensamiento:
Allí brotaba del divino cuento
La elocuencia sagrada,
Lecciones de moral que repetían
Los ecos de las calles
Y que un templo de cada plaza hacían.

Un día, ensimismado
Tal vez con una idea,
Dirigía su paso reposado
Hacia una pobre e inmediata aldea,
En medio de sus gentes,
Cuándo vio que brillaba del camino
Entre la tierra oscura,
Una cosa cualquiera:
La mitad nada más de una herradura,
Y a San Pedro ordenó que la cogiera.
Pero aquel buen apóstol caminaba
Halagando su mente
No sé qué pensamiento tan profundo
Sobre el gobierno universal del mundo
Y ante idea tan grande de ventura,
Puede cogerse un cetro, una corona,
Mas no vale la pena
Bajar por coger una herradura;
Prosiguió la jornada distraído,
Cual si nada de aquello hubiese oído.

Jesús, dando un ejemplo de paciencia
Hizo cual si no hubiera reparado
En aquella apostólica imprudencia;
Y tomando consejo
De su bondad, él mismo
Recogió de la tierra el hierro viejo.
Una vez en la aldea,
"Vendiólo a un herrador en cuatro piezas
De no sé qué moneda;
Y viendo en el mercado unas cerezas
De aspecto apetitoso,
Cambió con el frutero
Por ellas su dinero
Y, cual si nada hubiese sucedido,
Se las guardó en las mangas del vestido.

Siguiendo su jornada
Jesús y sus discípulos, salieron
Del pueblo aquel tomando una explanada
Sin fin, al parecer, que se tendía
Hasta tocar el horizonte lejos;
Ni un árbol ni una mata defendía
De los ardientes, cálidos reflejos
De un sol que sol de fuego parecía;
Ni un arroyo parlero, ni una fuente
Para templar la horrible sed ardiente.
Por una gota de agua en tal momento
Dado hubieran tal vez una riqueza.
Jesús, que iba delante,
Dejó caer al suelo una cereza,
Que San Pedro cogió, cual más sediento.
El zumo de la fruta regalada
Sus fauces dilató; Jesús envía
Otra nueva cereza,
Aun antes que caída, devorada,
Y sucesivamente
Las fue dejando todas en el suelo,
Prestándole a San Pedro aquel consuelo
Hasta que, al fin, la fruta ya agotada
Y la sed ya aplacada,
Le dijo sonriente:

-Estudia el caso con afán profundo:
Un hierro deleznable
Que despreciaste en medio del camino,
Ha matado tu sed: en este mundo
No hay nada por pequeño y miserable,
Que no llene algún día su destino.