EL CANTO DEL CIRCO - Víctor Hugo


¡Marcial emperador augusto y muerte!
Hoy, para enaltecerte,
Los pueblos todos a tus pies acudan;
Heredero feliz del gran Augusto,
¡Príncipe excelso y justo!
¡César, los moribundos te saludan!

Sangre humana a raudales
César! no más en vuestras aras vierte,
¡Oh dioses inmortales! A la pálida
Muerte Invita a los festines de su corte;
Y de sus monstruos despoblando al mundo
Juntos lanza al combate tremebundo
Tigres de Hircania y bárbaros del Norte.

Los colosos de bronce y de granito,
Los vasos de alabastro, las banderas
Decoran el circuito
De la liza fatal. Nubes ligeras
Perfuman gratas el espacio inmenso
Con oriental aroma,
Y el olor de la sangre y del incienso
Aspira muelle la triunfante Roma.

Ved: de repente abiertas,
Sobre sus quicios resonantes crujen.
Y giran las cien puertas;
Entra el pueblo en tropel. Los tigres rugen
En su jaula cerrada;
Cual desbordado río va creciendo,
Así con sordo estruendo
Se esparce el pueblo-rey de grada en grada.

Ambos ediles con triunfal decoro
Siéntanse en sillas de marfil y de oro.
Hipopótamos, negros cocodrilos,
En el ancho canal nadan tranquilos.
Llevan el fuego santo
Castas vestales, y en virgíneo coro
Preludian lento el religioso canto.

A la voz del tribuno, con sus lanzas
Van a guardar los pretorianos fieles
Del estrado imperial los escabeles;
Entonan alabanzas
Los sacerdotes salios a Cibeles;
Y al compás de satíricas canciones,
Mientras llegan las víctimas, con danza
Divierten a la plebe los histriones.

¡Hedlas allí!... Y aplaude y amenaza
El pueblo sin piedad a esos vencidos,
Que la guerra conduce a la ancha plaza
De los mudos desiertos encendidos
De la Libia, o las selvas que en la sombra
La Germania ocultó. Su obscura raza
Dice el lictor y sus naciones nombra.

¡Pobre rebaño que guardó la suerte
Para el placer del pueblo y del monarca
Y con el sello horrible de la muerte
La mano sin piedad del cónsul marca!
Abatida la frente, los judíos
Triste van, y parece que los venza
Reprimida vergüenza;
A los galos bravios
El horrendo espectáculo no abate;
Los infames cristianos
Inermes a su Dios alzan las manos,
Y mueren sin orgullo y sin combate.

Y el pueblo grita y anhelante espera
¡Y ya las fieras tardan!
Del calor y la luz el trono guardan
Cándidos velos y doseles rojos,
Para que el sol no hiera.
Los imperiales ojos.

¡Marcial emperador glorioso y fuerte!
Hoy, para enaltecerte,
Los pueblos todos a tus pies acudan;
Heredero feliz del gran Augusto,
¡Príncipe excelso y justo!
¡César, los moribundos te saludan!