parte 3


Una rústica Musa aquí ha grabado
Sus nombres y su edad, breve
memoria Que sustituye al canto levantado,
Y al rumor de la fama y de la gloria.

Y veo en otras piedras, entretanto
Que estas tristes reliquias examino,
Textos que nos ofrece el Libro Santo
Y enseñan a morir al campesino.

Porque ¿quién al mirarse condenado
A amarga soledad y eterno olvido,
Del todo y para siempre ha renunciado
A recobrar las horas que ha vivido?
 
¿Quién al perder el gozo y la alegría
Del claro sol y del brillante cielo,
No lanzó una mirada en su agonía
Y no tornó sus ojos hacia el suelo?

¡Ay! cuando el alma su morada deja
Pide tierno cariño en su quebranto,
La turbia vista en lamentable queja
Demanda el don de compasivo llanto:

Hasta del fondo de la tumba helada
Su augusta voz levanta la Natura,
Y en las yertas cenizas, abrigada
La llama está de amor y de ternura.

Tú, que haciendo memoria de los muertos
Sin honor a la tierra encomendados,
En estos versos, si sencillos, ciertos,
Sus vidas cuentas, e inocentes hados;

Si un corazón simpático, embebido
Y a solas meditando aquí llegare,
Y por la suerte y fin que te ha cabido
Con cariñoso anhelo preguntare,

Tal vez responda a su demanda pía
Un anciano pastor con triste acento:
“Aquí mil veces, al rayar el día,
Satisfecho le vimos y contento;

Ya hollando con sus pasos presurosos
El rocío, a la brisa matutina
Para gozar los rayos deliciosos
Del sol naciente en la gentil colina,

O del flexible fresno al pie sentado,
Cuyas raíces viejas y torcidas
Se extienden caprichosas por el prado
En la grama vivaz entretejidas,

De la mañana pura al fresco ambiente
A la margen del plácido arroyuelo
Contemplar el cristal de la corriente
Que retrata los árboles y el cielo.

Ora en el bosque umbroso recostado
Con amargo desprecio sonreía,
Ora en sus pensamientos abismado
Los solitarios campos recorría,

En ocasiones grave, en otras ledo,
Siempre en continua y desigual mudanza,
Ya inspirando piedad, ya horror y miedo.
Como herido de amor sin esperanza.

Un día en la colina acostumbrada
Le perdimos de vista y le buscamos,
Y la pradera verde y esmaltada
Y el árbol favorito visitamos.

Y corrió un día más, y ni a la orilla
Del arroyo fugaz que frecuentaba,
Ni en el profundo valle que se humilla,
Ni en el alto collado se encontraba,

Hasta que al otro, en procesión doliente,
De la campana al son, con triste llanto
Le vimos conducido lentamente
Por la senda que guía al Camposanto.

Acércate, y pues sabes su destino,
Leerás en la inscripción que ves escrita
En esa losa, bajo el viejo espino
Cuya desnuda copa el viento agita.


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