Parte 2


En vasto templo, al esplendor radiante
De la luz que refleja en jaspe y oro,
Donde en la inmensa nave resonante
Se oye el clamor del órgano sonoro;

¿Pueden marmóreo busto, urna esculpida
En donde el arte sus primores vierte.
Volver a dar respiración y vida
Al que duerme en el seno de la muerte?

¿Pueden vagos y estériles honores
A esos huesos tornar su antiguo brío,
Y hacerse oír los ecos seductores
De la lisonja en el sepulcro frió?

Tal vez en ese sitio despreciado
Descansa un corazón noble y hermoso
De sacro fuego celestial colmado,
Y lleno de entusiasmo generoso;

Tal vez se pudran manos que pudieran
Regir el cetro augusto dignamente,
Que si las cuerdas de la lira hirieran.
Excitaran un éxtasis ferviente;

Pero a sus ojos el saber divino
Que guarda de los tiempos el tesoro,
Ni abrió su libro, ni mostró el camino
Que guía adonde crece el lauro de oro;

Su altiva inspiración con ceño adusto
Heló la triste y mísera pobreza,
Y la suerte secó con soplo injusto
El raudal que les dio Naturaleza.

¡Cuánta perla gentil, rica y lozana,
De puro brillo y esplendor sereno,
Vedada siempre a la codicia humana
Guarda la mar en su profundo seno!

¡Ay! ¡cuánta flor ostenta sus primores
En retirado valle, sola y triste.
Y en medio de su aroma y sus colores
Nadie la mira ,y para nadie existe:

Aquí tal vez, un Hampden campesino
Yace, cuyo vigor y noble celo
Supieron contener en su camino
Do la aldea al soberbio tiranuelo;

Algún obscuro Milton escondido
Cuya alma no inflamó fuego sagrado;
Un Cromwell para el mal desconocido
Y de la sangre patria no manchado.

El aplauso arrancar con elocuencia
De un Senado suspenso a sus acentos,
Despreciar con heroica indiferencia
La flecha del dolor y los tormentos,

Sobre un país risueño y delicioso
Derramar la abundancia sin medida.
Leer su historia escrita en el gozoso
Rostro de una nación agradecida,

Su suerte les vedó; ceñidas fueron
Sus virtudes a límites estrechos,
Ni más allá sus faltas se extendieron
Del corto asilo de sus pobres techos;

Ni por sendas de víctimas cubiertas,
Subieron a la cumbre soberana.
Ni de la tierna compasión las puertas
Cerraron nunca a la miseria humana.

Ni supieron ahogar con agonía
De la conciencia el grito penetrante,
Ni el incienso de dulce Poesía
Rendir ante el altar del arrogante;

Lejos del mundo vil que despreciaron
Y de su hueco orgullo y desvarío,
Sus modestos deseos los salvaron
De locura, de error y de extravío.

Y por los valles frescos y frondosos
De la humana existencia en el retiro,
Siguieron su camino silenciosos
Hasta lanzar el postrimer suspiro.

Mas para proteger de insulto impío
Estos huesos, aun miro levantadas
Pobres memorias que su polvo frío
Cubren con tosca gala ornamentadas,

Y contemplo en sus verdes sepulturas,
Que cuidó amiga mano con esmero,
Rudos versos, informes esculturas
Que mueven a piedad al pasajero:


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