Parte 1

Ya de la queda el toque reposado
Anuncia el fin del moribundo día.
Y por la loma el mugidor ganado
Camina lentamente a la alquería:

El cansado gañán por el sendero
Torna a su pobre choza con premura.
Y, abandonando el Universo entero,
A mí nos deja y a la noche obscura:

Turbio, indistinto miro por doquiera
Borrarse ya el paisaje antes hermoso;
El viento duerme, en derredor impera
Quietud solemne, funeral reposo.

Y sólo se oye el vuelo y el zumbido
De la cigarra en los pelados cerros,
Y del rebaño en el lejano egido
El soñoliento son de los cencerros.

O ya de aquella torre, que abrazada
La hiedra tiene con verdor lascivo,
Alza a la luna blanca y argentada
Su amarga queja el búho pensativo,

Contra los que, profanos y atrevidos,
Quebrando con sus pasos el misterio
De estos bosques hojosos y escondidos,
Turban su antiguo y solitario imperio.

Bajo de aquellos álamos nudosos,
Del tejo melancólico a la sombra,
Donde se alza en mogotes numerosos
El césped verde en desigual alfombra,

En su estrecha morada colocados
Bajo la humilde cruz que allí campea
Descansan sin afanes ni cuidados
Los rústicos abuelos de la aldea;

El leve soplo, el plácido gemido
Del viento en la aromática mañana.
La golondrina en el pajizo nido
Sus dulces trinos repitiendo ufana.

La aguda voz del gallo vigilante,
La ronca trompa, y el clarín risueño.
No alcanzarán ya más un solo instante
A despertarlos del eterno sueño.

No más para ellos el hogar sagrado
Dará su alegre fuego en el invierno,
Ni de una esposa el sin igual cuidado
Les mostrará su afán y afecto tierno;

Ni sus niños con pláticas sencillas
Los rodearán de mágico embeleso.
Para trepar después a sus rodillas,
Y disputar el envidiado beso.

¡Cuántas veces la espiga ya madura
Dobló a sus hoces la cerviz dorada!
¡Cuántas otras la gleba inerte y dura
Rompió su reja y quebrantó su azada!

¡Oh, cuál gozaban al lanzar con brío
En el abierto surco el rubio grano!
Y ¡cómo resonaba el monte umbrío
Del hacha al golpe en su robusta mano!

No la ambición se mofe envanecida.
Con insultante risa y gesto duro.
De los humildes goces de su vida,
Y destino pacífico y obscuro,

Ni escuche desdeñosa la Grandeza,
A quien ciegos adoran los mortales,
Torciendo con desprecio la cabeza,
Del pobre los domésticos anales.

El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro.
Y del poder la pompa soberana,
Y cuanto la hermosura, y cuanto el oro
Dar han podido a la ambición humana,

Todo tiene la misma triste historia,
Todo en un mismo fin acaba y cesa.
Y la senda brillante de la gloria
Sólo conduce a la profunda huesa.

Ni los culpéis ¡oh vanos y orgullosos!
Si sus tumbas no adorna un monumento,
Con trofeos lucidos y vistosos
Que a la voz de la fama dan aliento.