LA POESÍA DE ACCIÓN


Un hombre de gran talento escribió en cierta ocasión que “en las costumbres y en la suerte de las naciones influyen los poetas populares de una manera más decisiva que los legisladores”.

La Historia nos enseña que, de hecho, en el origen de todos los grandes pueblos existe una tradición poética en la que se ha vertido por entero el alma popular.

Esta tradición poética que, informe en un comienzo, se concretó luego en el texto de las grandes epopeyas, representa el mito (lo fabuloso) de los orígenes de cada pueblo y las legendarias hazañas que en un comienzo realizaron los héroes de la nación. Tal es el caso de la Riada y la Odisea de Homero en Grecia, de la Eneida de Virgilio en Roma, de los Nibelungos en Alemania, de La Canción de Rolando en Francia y del Poema del Mío Cid en España.
Más tarde, durante las luchas que contribuyeron al desarrollo y el afianzamiento de la nacionalidad, los poetas pusieron su lira al servicio de las grandes gestas y, ora celebrando las gloriosas victorias, ora lamentando las derrotas, ora llamando a la pelea, ora invocando la paz y la concordia, modelaron paciente y esforzadamente el alma histórica de los pueblos, desde los juglares hasta nuestros poetas.

Los cantos del ateniense Tirteo reanimaron y sostuvieron el espíritu de los espartanos en la segunda guerra de Mesenia; en la Edad Moderna, La Marsellesa, canción compuesta por del oficial del ejército francés Rouget de Lisie, despertó el ardor bélico del pueblo y de los soldados de la República y enardeció a Francia entera durante los trágicos pero gloriosos días de la Revolución; y traspasando en mucho los límites de su patria, voló sobre Europa y sobre el mundo deteniéndose en los labios de todos los hombres que, sin distinción de razas ni de naciones, lucharon en cualquier parte y en cualquier tiempo por la libertad y por la justicia.