Santa Rosa de Lima, la dulce patrona de América


Todos hemos oído hablar con frecuencia de santa Rosa ¡de Lima, en nuestra casa, en la iglesia, en los libros, en el cine. Este nombre resulta familiar a todos los americanos. Nació Rosa en la antigua Ciudad de los Reyes, en 1586, cuando la fiebre del oro enardecía el corazón, de los conquistadores españoles.

Su nombre de bautismo fue Isabel, que así se llamaba su abuela materna, pero pronto lo cambió por el de Rosa. La historia de este nombre es la siguiente: a los pocos días de nacer la santa, una criada negra y la madre de la niña observaron cómo su rostro se transfiguraba en una maravillosa rosa encarnada. Desde entonces la llamaron Rosa, con gran desacuerdo de la abuela Isabel. Por suerte, el arzobispo de Lima la confirmó poco después con el nombre de la reina de las flores. Pero Rosa sólo se tranquilizó cuando la Virgen Santísima se dignó responderle que tal nombre le era sumamente grato al niño Jesús.

Las obras milagrosas de santa Rosa se cuentan por centenares: curó enfermos desahuciados por los médicos; hizo que manos piadosas y anónimas dejaran alimentos, remedios y ropas en hogares humildes cuyos moradores oraban a la Virgen María; contribuyó a que muchas almas fueran alumbradas con viva luz de la gracia de Dios.

La vida penitencial de la santa de Lima es ejemplar. Siendo aún niña se construyó una celda en el jardín de su casa, y en ella pasaba el día encerrada, orando.

En aquel tiempo en que la religión de Cristo había comenzado a propagarse en América entre las poblaciones indígenas, el ejemplo de las virtudes que adornaban la vida de santa Rosa fue un estímulo fecundo y edificante. El ideal español de que la espada y la cruz marcharan parejas, se cumplía.

Uno de los rasgos más notables de la virgen limeña fue su caridad. Acostumbraba socorrer a los pobres diariamente: si no podía hacerlo con ropas, dinero u otro regalo terrenal, pues de eso era pobre, lo hacía con los tesoros de su espíritu piadoso. A su casa concurría gente de todas partes de Perú, pues Rosa era muy querida por su pueblo. Cuando murió, el 24 de agosto de 1617, un gentío enorme se apretujaba por llegar hasta su lecho mortuorio; y fue necesario vigilar el lugar donde se la velaba, y se dice que la custodiaron los guardias del virrey para evitar que los fanáticos cometieran algún desmán y se llevaran alguna reliquia de la santa.

Rosa fue sepultada en la parroquia de Santo Domingo, a cuya orden religiosa pertenecía desde los veinte años. Las últimas palabras que pronunció fueron: “Jesús, Jesús sea conmigo”. Años después fue canonizada. Clemente IX la declaró, en 1668, patrona de Lima. En 1671 fue proclamada Patrona principal de América.