Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los predicadores dominicos


Santo Domingo de Guzmán, español de nacimiento, fue una de las figuras más eminentes de la Iglesia. Comenzó su vida en el fervor de la religión: desde niño oraba ya con frecuencia y posteriormente, durante sus estudios universitarios, llegó a vender en más de una ocasión sus propios vestidos para dar de comer a los pobres. Dícese de él que en cierta ocasión se ofreció a ir como esclavo a Marruecos en sustitución del hermano de una pobre mujer, hecho cautivo por los moros. Ordenado sacerdote, pronto se destacó por el rigor de su vida y por su elocuencia. En cierta ocasión que se hallaba como misionero en el territorio de la actual Dinamarca, entre cuyos habitantes trataba de extirpar la herejía, y cruzóse en su camino una magnífica cabalgata que venía de Roma con el mismo propósito, exclamó: “¿Pretendéis convertir a los herejes con tal lujo y ostentación? Estas gentes no pueden ser convertidas con vanas palabras sino con hechos y con el ejemplo. ¡Arrojad, pues, a un lado todo lujo y esplendor; mostraos cual los antiguos discípulos de Cristo, pobres; descalzad vuestros pies, hollad, tirad al fango vuestras escarcelas y proclamad la verdad!”

Santo Domingo ponía en práctica lo que predicaba: desnudos los pies, vestido de un negro sayo y mendigando, discurría por pueblos y ciudades exhortando a las gentes al bien. Cuando el éxito no coronaba sus esfuerzos, decía: “Os he hablado con afecto, con súplicas, con lágrimas, y vuestros corazones persisten endurecidos en la herejía. Temed, pues, la cólera de Dios”. Y profundamente dolorido lloraba por los pecados de aquellos herejes. Eran éstos los llamados albigenses, los cuales cometían tantos y tales desmanes, que fueran increíbles si no los evidenciara la Historia; ellos sembraron las semillas más perniciosas y fomentaron la inmoralidad en las costumbres individuales, gangrenando de este modo los más sanos principios de la moral pública y social. Para combatir tan graves desórdenes y consumada herejía, fundó santo Domingo la Orden de los Predicadores (dominicos).

Santo Domingo, después de ver asegurada la existencia de su institución, acabado por las fatigas y trabajos de su ministerio, murió en 1221, a los cincuenta y un años. Su nombre ha pasado a la posteridad lleno de gloria. Los más célebres artistas, entre ellos Miguel Ángel, tuvieron a honra el adornar su sepulcro con las inspiraciones de su genio; el poeta Dante lo consideró el más grande hombre de su siglo, y hasta el filósofo Balmes, teniendo en cuenta los inmensos bienes que a la sociedad reportó la institución de la orden dominicana, afirmó que la humanidad agradecida debiera levantar estatuas a tan digno y santo varón.