Muerte del emperador Augusto y taciturnidad de Tiberio


Reinó Augusto durante cuarenta y cinco años, de manera que el mundo romano se adaptó al nuevo orden de cosas aún antes de que muriese el emperador.

“¿He desempeñado bien mi papel?”, preguntó en el lecho de muerte. “Entonces, aplaudid y quedad con Dios”. Nadie dudaba de que le sucedería otro emperador, y que éste sería su hijastro Tiberio.

Tiberio, que no era ya joven y tenía un temperamento triste y sombrío, había servido dignamente al Estado, al mando de grandes ejércitos en lejanos países, donde otros generales sólo habían tenido fracasos. Aunque el anciano emperador lo había respetado, Tiberio no era amado de nadie, y tuvo la desventura de que el gran historiador Tácito escribiese la historia de su reinado con tales palabras, que su nombre ha llegado a ser odioso al género humano. No obstante, otros historiadores dicen no ser justo el juicio de Tácito y que, fuera de Roma, podía el pueblo probar que su gobierno era firme y prudente.

Mas en Roma, y especialmente en el círculo de personajes que debían vivir en contacto con la corte, fue un reinado nocivo, pues como Tiberio sabía que no era amado, se dejó influir, sobre todo en los últimos años de reinado, por las intrigas de los aduladores que lo rodeaban y que se hallaban dispuestos a sacrificar vidas humanas en cambio de una recompensa por aparente lealtad al emperador. Aun los más conspicuos ciudadanos de Roma cayeron en desgracia a la menor sospecha de deslealtad, y vieron constantemente en peligro sus vidas, frente a la creciente desconfianza y manía de persecución que se había apoderado de Tiberio.