Una cometa lanzada con el objeto de robar sus rayos a las nubes


En medio de sus abrumadoras ocupaciones, aún le quedaba tiempo para estudiar y hacer experimentos. Todo el mundo lo admiraba por sus conocimientos acerca de las mareas y de los meteoros, de los colores y, sobre todo, de la electricidad. Él fue uno de los que sospecharon que el rayo era una descarga eléctrica, y decidió cerciorarse de la certeza de sus sospechas. Con tal objeto construyó una cometa de seda, a cuya parte superior fijó un trozo de alambre fino, y a la cuerda le agregó un cordón de seda, para tenerlo en la mano, por ser sustancia aisladora, atando entre ambas una llave, en el lugar del empalme, que les servía de lazo de unión. Y un día en que se cernía una tormenta sobre su domicilio, remontó la cometa hasta muy cerca de una nube tormentosa, y esperó el resultado en la escalinata de su casa.

Había publicado un folleto dando a conocer su creencia de que todo lo que hasta entonces se había hecho con la electricidad puede verse en el rayo; y aquél era el momento decisivo de afirmar ante el mundo entero su reputación de hombre científico, o de ser escarnecido por los detractores. Se comprende, pues, con qué ansiedad debió esperar, en compañía de su hijo, el resultado de aquella trascendental experiencia.

La primera nube tormentosa pasó sin que nada anormal ocurriese, y Franklin empezó a desconfiar de si mismo. No tardó en venir otra a colocarse encima de la cometa, y entonces observó que las pelusas de la cuerda se apartaban de ella y se mantenían tiesas. Acercó a ellas el dedo, y vio que éste las atraía. Aproximó después a la llave el mismo dedo, y sintió una conmoción y saltó una chispa eléctrica. Entonces empezó a llover, y, mojada la cuerda por el agua, aumentó su conductibilidad y descendió la electricidad por ella en cantidad tan abundante que pudo cargar con la llave una botella de Leiden, que tenía ya preparada con tal fin.

Quedaba, pues, demostrada la naturaleza eléctrica del rayo. Realizó otros experimentos, y descubrió que unas nubes están cargadas de electricidad positiva, y otras de electricidad negativa, lo mismo que sucede con la que producen los diferentes cuerpos en la tierra. Tan pronto como se convenció de la certeza de estos hechos, construyó el primer pararrayos. Si era posible hacer pasar el rayo de las nubes a la tierra, como con su cometa había demostrado, nada tan fácil como guiarle en su camino hasta ésta, evitando que- al caer libremente destrozara edificios y privara de la vida a personas y animales. Franklin hizo este importante descubrimiento en 1752, y cuando, en 1790, pagó su tributo a la muerte, la humanidad perdió no sólo a un científico sino también a un político, ferviente luchador por la independencia de los pueblos.

Los descubrimientos sucediéronse sin interrupción a partir de este momento, y cada año surgían nuevas sorpresas. Juan Cantón, que nació en 1718, era un maestre de escuela e inventó varios y muy útiles instrumentos eléctricos. Fue el primero que fabricó poderosos imanes artificiales, y descubrió que el aire también puede ser electrizado. El célebre italiano Beccaria descubrió que el aire que rodea a un cuerpo electrizado se electriza también. Después, Roberto Symmer realizó el curioso descubrimiento de que, si se calientan y frotan fuertemente dos medias, una de seda y otra de lana, es tal la cantidad de electricidad que se desarrolla, que con ella se puede cargar perfectamente una botella de Leiden. Más importante aún fue la labor de Enrique Cavendish, que nació en Niza en 1731.