Miguel Faraday, hijo de un pobre herrero, ayudó a transformar el mundo


La gloria de aplicar en la práctica el descubrimiento de Oersted estaba reservada al sabio inglés Miguel Faraday, el cual nació en Londres en 1791, hijo de un pobre herrero. Después de asistir muy corto tiempo a la escuela, entró de aprendiz de un encuadernador, y tras la ruda labor del día, aplicábase de noche al estudio de las ciencias. Cierto día entró un caballero en la tienda, y encontró al muchacho estudiando afanosamente un artículo relativo a la electricidad, de una enciclopedia cuya encuadernación le había sido encomendada.

Sorprendióse el caballero al ver el extraño interés que a un muchacho de su edad inspiraba un asunto tan difícil, y lo interrogó acerca del particular; se enteró entonces de que Faraday, trabajando hasta altas horas de la noche, había ya realizado por su cuenta varios experimentos, no obstante ser tan pobre que no contaba para hacerlos más que con una botella vieja por toda batería. Tan complacido quedó el visitante, que le dio cuatro billetes de entrada para que pudiese asistir a las conferencias que sir Humphry Davy estaba dando a la sazón en el instituto Real. Faraday se las agradeció tanto como si le hubiese regalado una fortuna. Asistió a las conferencias, tomando numerosas notas de todo cuanto escuchaba, y, cuando terminaron, se presentó, tembloroso y asustado, al ilustre autor de ellas, y le puso de manifiesto sus notas.

Davy quedó sorprendido al contemplar la labor del joven, y recordando cuan pobre había sido él también en su juventud, y cuánto había tenido que trabajar para instruirse, sintió viva simpatía hacia el humilde aprendiz. Díjole Faraday que deseaba dedicarse al estudio de las ciencias, y Davy, después de poner a prueba la aplicación y constancia del mancebo, lo nombró su propio ayudante. Guiólo en su educación, lo llevó consigo al continente europeo, le hizo repetir numerosos experimentos, y cuando, andando el tiempo, Faraday se hizo hombre y adquirió celebridad por su meritoria labor científica, reemplazó al hombre ilustre que tan sincera amistad le había demostrado.

La vida de Faraday fue una larga y espléndida sucesión de proezas admirables. Trabajó en pro de la difusión de los conocimientos científicos más que ningún otro hombre de su época. A pesar de que sus conferencias y escritos versaban sobre los más difíciles asuntos, expresábase con tanta claridad y sencillez que aun los niños entendían y encontraban especial deleite en escucharlo. Imposible enumerar en el corto espacio de que disponemos aquí su ímproba y meritoria labor a favor de la ciencia; pero no pasaremos por alto sus magníficos descubrimientos relativos a la electricidad y al magnetismo. Ya que Oersted había descubierto que la corriente eléctrica era capaz de crear acciones magnéticas, ¿no sería posible, entonces, el fenómeno contrario? Faraday no descansó hasta descubrir que, efectivamente, el magnetismo puede originar en un conductor corrientes eléctricas. Quedó establecida así la íntima relación existente entre el magnetismo y la electricidad.

Importantísimos fueron los resultados de este descubrimiento. En lo sucesivo, los hombres no dependerían de las pequeñas corrientes eléctricas que desarrolla la acción química en las pilas y baterías. Tenemos ante todo una espiral de alambre que, cuando es recorrida por una corriente eléctrica, se convierte en un imán, con sus correspondientes polos norte y sur. Si le acercamos otro imán, entonces se verifican los conocidos fenómenos de atracción y repulsión propios del magnetismo.

En el momento en que se interrumpe la corriente, o se corta el circuito, como suele decirse, la espiral de alambre deja de ser un imán. En 1825 construyó Guillermo Sturgess un electroimán de inapreciable valor. Descubrió que, si tomamos una barra de hierro dulce y enrollamos a su alrededor un alambre, se convierte en un imán, mucho más poderoso que cualquiera otro imán ordinario, cuando se hace pasar una corriente eléctrica a través de dicho alambre, y que se puede imanar y desimanar a voluntad, y por consiguiente, con la rapidez que se desee, estableciendo y cortando la corriente. A este poderoso imán los físicos le pusieron el nombre de electroimán.

El uso de los electroimanes nos permite obtener fuerza para mover las máquinas, telegrafiar y telefonear, elevar grandes pesos y realizar toda clase de trabajos. Obedecen puntualmente, y la corriente eléctrica que les comunica su fuerza puede ser suministrada o cortada a voluntad de una manera instantánea. De este modo quedó establecida la parte más importante de los cimientos de la ciencia eléctrica; restaba sólo aplicar a la práctica los conocimientos que estos hombres habían ofrecido al mundo.

Este invento de inmensa utilidad en el campo industrial es debido al sabio italiano Galileo Ferraris, nacido en Livorno en 1847. de padres modestos y laboriosos. Sabemos todos que los centros industriales, y las ciudades ricas en fábricas que consumen grandes cantidades de energía eléctrica, están en su mayor parte lejos de los lugares donde nacen las fuerzas naturales, o sea cascadas, saltos de agua, etc. Con la fuerza de estas cascadas se hacen funcionar las máquinas que producen la electricidad; esta electricidad se transmite por medio de alambres desde el punto de producción al de consumo, en donde se la utiliza para poner en movimiento las máquinas industriales.

Pero únicamente las corrientes alternas se pueden transmitir a grandes distancias, pues sólo con ellas es dable obtener la potencialidad elevadísima necesaria a la transmisión. Con el descubrimientos de los campos magnéticos giratorios se pudieron construir motores eléctricos que funcionaban mediante corrientes alternas. Esto contribuyó a resolver el problema de la transmisión eléctrica.

Tal fue el fruto de los asiduos estudios de Ferraris y de su devoción a la ciencia, que cultivó con amor, sin descuidar sus deberes de buen ciudadano. Era generoso con amigos y enemigos, y tan modesto que a veces se le oía hablar con disgusto de sus trabajos y descubrimientos, y en más de una ocasión rehusó contratas que lo habrían enriquecido. Trabajó hasta el último momento, aun minado por mortal enfermedad. Un día estaba dando la clase, cuando debió interrumpir la explicación, diciendo: "La máquina se ha estropeado, no puedo continuar". Seis meses después Ferraris había muerto, dejando a la posteridad el recuerdo de una de las más bellas figuras de sabio, pues a su gran doctrina unía las tendencias artísticas de la raza latina y era poeta, músico y perfecto dibujante.

Transcurrieron importantes intervalos antes de que lográsemos cosechar los frutos de estas teorías. El telégrafo eléctrico data aproximadamente del año 1837; los cables submarinos, de 1852; los timbres eléctricos, de 1855, y el teléfono y la luz eléctrica, de 1878. En 1883 logróse producir la electricidad en cantidad suficiente para poderla vender, como el gas, al público que quisiera consumirla. En el mismo año empezaron a circular los primeros tranvías eléctricos, y los ferrocarriles eléctricos hicieron su aparición en 1892. Los rudimentos de la telegrafía sin hilos conocíanse hace ya mucho tiempo, pero ella no fue utilizada hasta 1899.

Así, pues, de la fricción del ámbar, para hacerle atraer los objetos ligeros, se pasó a la producción de la electricidad por medio de máquinas de fricción, a la botella de Leiden, a la pila voltaica y las baterías compuestas de varios elementos; así se llegó, por último, a los electroimanes y las grandes dinamos -la última y más importante aplicación de los conocimientos difundidos por quienes descubrieron el electromagnetismo- que producen electricidad suficiente para realizar la mitad del trabajo que se efectúa en el mundo.