Aristóteles, el filósofo que enseñaba bajo los pórticos


Aristóteles (384-322 a. d. C.) nació en Estagira, pueblo perdido entre las montañas del norte de Macedonia. A los dieciocho años estaba en Atenas bajo la tutela de Platón, y fue su discípulo durante veinte años, hasta la muerte del maestro. Platón gustó de este alumno y hablaba de él como del noua de la Academia, es decir, la inteligencia personificada. Aristóteles aprovechó la enseñanza de tan gran filósofo, pero su admiración no le impidió contradecir a su maestro cuando creyó que estaba equivocado, y en sus obras escritas posteriormente refuta o niega algunos de los asertos de Platón. Esta independencia de juicio frente a la verdad ha quedado fijada en el proverbio que aún hoy se repite y cuya paternidad se le atribuye: Amicus Plato, sed magis árnica veri-tas (Platón es un amigo, pero más amiga es la verdad).

Cuando Alejandro conquistó a Atenas, Aristóteles se trasladó a ella, y empezó a enseñar en una escuela que se llamó el Liceo, porque estaba cerca del santuario de Apolo Liceo. Daba sus clases paseando bajo los pórticos que había hecho construir y, por esto, apodaron a él y a sus discípulos con el nombre de peripatéticos, que en griego significa paseantes, nombre con que se recuerda, aún hoy, su filosofía.

Después de la muerte de Alejandro, Aristóteles se retiró de Atenas, temeroso de las intrigas de los atenienses, que nunca lo miraron con ojos del todo benévolos por saberlo amigo del conquistador de su ciudad. Murió en el año 322 a. d. C; Teofrasto, su discípulo, continuó la enseñanza del Liceo y guardó las obras del maestro. Es curiosa la serie de vicisitudes por las que éstas han pasado; Teofrasto legó las obras de Aristóteles a un discípulo que vivía en el Asia Menor. Al saber su poseedor que los originales de Aristóteles eran codiciados por los reyes de Pérgamo para su biblioteca, los escondió en una cueva, donde estuvieron olvidados por espacio de ciento cincuenta años.