Joaquín Rossini, la figura más testacada de la música italiana


Uno de los compositores italianos más famosos del siglo pasado es Joaquín Rossini, nacido en Pésaro en 1792, y muerto en Passy, París, en 1868, que cultivó tanto la ópera seria como la bufa. Guillermo Tell, estrenada en 1829, y El barbero de Sevilla, en 1816, señalan la culminación de este autor en cada uno de dichos estilos.

Hijo de padres pobres, pasó la infancia y la adolescencia en medio de privaciones y contratiempos; sin embargo pudo recibir esmerada educación musical. Después de su primer triunfo en el Liceo de Bolonia, el portentoso ingenio de ese joven maestro de apenas 18 años de edad desplegó las alas en busca de la fama y de la consagración definitiva.

El primer contacto con el público tuvo lugar en Venecia, con motivo del estreno de su ópera La cambiale di matrimonio, en 1810, con la que obtuvo un éxito discreto aunque no entusiasta. La verdadera prueba de fuego la experimentó en Roma al presentar por primera vez El barbero de Sevilla, cuya partitura compuso en trece días, poseído de una extraordinaria exaltación que le hizo olvidar cualquier otra exigencia de la vida. Esta obra, que aún hoy sigue siendo calurosamente aplaudida por los amantes de la lírica, fue silbada la noche del estreno; sobre ella se levantaba el fantasma de la ópera homónima de Paisiello, que en un primer momento nadie creyó que podría ser superada. El estreno de Semíramis, en Venecia (1823), cierra el período italiano de la producción rossiniana. Después de breves visitas a Viena, donde triunfó con Zelmira, y a Gran Bretaña, donde recibió una interesante oferta, se radicó en París. Allí, en 1824, se hizo cargo de la dirección del Teatro de los Italianos. De 1825 a 1829 compuso sus tres últimas obras para el teatro, producción que cerró con Guillermo Tell, la que constituyó todo un éxito. Después de ella Rossini se llamó a inexplicable silencio, pues se encontraba en la plenitud de sus fuerzas creadoras, puestas luego de manifiesto sólo en páginas de música para cámara y religiosa, como la Misa solemne, de 1864. Escribió también un Himno a Napoleón 111 (1867). Francia, por intermedio de este último, le confirió grandes honores. Cuéntase que una noche el emperador se encontraba en su palco de la Ópera e invitó a Rossini para que lo acompañara; el maestro quiso excusarse por no estar vestido de etiqueta, a lo que Napoleón le respondió: “¡Maestro...! ¡entre nosotros... soberanos... no caben tales minucias...!”

Después de su muerte, los restos fueron depositados en la iglesia de Santa Cruz, en Florencia, donde descansan tantos hijos ilustres de Italia.

Rossini dio a la escuela musical italiana un vigor, un movimiento, una variedad y un colorido hasta entonces ignorados.