El impresionismo en Francia: la obra de Claudio Aquiles Debussy


Larga sería la lista de nombres de compositores franceses dignos rivales de italianos y alemanes. A partir del siglo xvii Francia ofreció siempre un interesante panorama musical; sin embargo, nosotros nos limitaremos sólo a presentar la biografía de uno de ellos, por la gran influencia que ejerció en el mundo entero: Claudio Aquiles Debussy.

Nació este autor en Saint-Germain-en-Laye, cerca de París, el 22 de agosto de 1862. Su infancia no fue mimada. Las distracciones e indisciplinas propias de su naturaleza soñadora fueron castigadas a menudo por sus padres, que eran tenderos. Visitando la casa de unos tíos residentes en Cannes, llegó a entrever parte de ese mundo maravilloso que tanto amaba. El niño empezó entonces a estudiar piano con su tía; cierto día lo escuchó una antigua discípula de Chopin, la señora de Sivry, quien influyó para que fuera admitido en el Conservatorio, donde recibió lecciones de Lavignac, Marmontel y Guiraud. Debussy fue progresando en sus estudios con prudente lentitud, y en 1884 obtuvo el Prix de Rome, con la cantata El hijo pródigo. Ciertos viajes que pudo realizar a Florencia, Venecia y Moscú como pianista de la baronesa de Meck, y el estudio de la partitura original de Boris Godunov, de Mussorgski, en un raro ejemplar que poseía uno de sus amigos, le hicieron conocer el genio musical de Rusia y el inconfundible arte de los cíngaros, y ello abrió a su sensibilidad perspectivas de una novedad embriagadora que luego transmitió a la escuela impresionista por él iniciada en Francia. Durante un viaje a Bayreuth, en 1889, tuvo oportunidad de escuchar las obras más famosas de Wagner, y quedó deslumbrado por esos monumentos musicales.

La vida de Debussy no fue ni fácil ni heroica; tuvo que enfrentar serios obstáculos.

Las polémicas que su música suscitó fueron ardientes y encontradas, pues el número de los que lo atacaron en un primer momento era tan grande e importante como el de los que apoyaban sus innovaciones.

Superadas todas las resistencias, el espíritu de su música impresionista se impuso por la fina y profunda inspiración de sus páginas. De 1892 a 1902 trabajó afanosamente para el teatro en Pelléas et Mélisande, que abrió nuevos horizontes al arte lírico. Compuso, además, obras tan valiosas como El martirio de San Sebastián; un poema sinfónico, El Mar, y el siempre recordado Preludio a La siesta de un fauno. Abundante es también su producción para conjuntos de cámara y de Heder o canciones sobre versos de Verlaine y Baudelaire, dos grandes poetas que fueron sus contemporáneos. Debussy murió en 1918.