El espíritu religioso de Juan Sebastián Bach y su música inmortal


Tres semanas después del nacimiento de Haendel vio la luz del mundo otro genio de la música: Juan Sebastián Bach, en Eisenach, lugar de Turingia, el 21 de marzo de 1685. Procedía de una vieja familia de músicos en la que desde hacía más de un siglo sus miembros se distinguían en tan difícil arte. El fundador del frondoso árbol fue Veit Bach, natural de Sajonia, tañedor de laúd. Su hijo Hans se dedicó a la guitarra; tres de sus nietos y cinco de sus bisnietos fueron organistas e instrumentistas de renombre. Uno de ellos, Juan Sebastián, el más famoso de este clan musical fue tronco, a su vez, de varias generaciones de músicos de valía.

La vida de Bach, sencilla y tranquila, estuvo consagrada al arte. Huérfano a temprana edad, fue educado por su hermano Juan Cristóbal. Al principio sufrió la influencia de la corriente italianizante de la Alemania del sur, pero luego dio a su obra un sello muy personal, sin rebuscamientos de ninguna naturaleza, pues, como lo han señalado muchos críticos, jamás lo atormentó el ansia de ser original. Con modestia conmovedora le bastó el lenguaje de todo el mundo, utilizó las formas corrientes, respetó los usos y perpetuó las tradiciones de sus predecesores.

A los veintidós años Bach se casó con su prima María Bárbara y a los treinta y cinco enviudó; desposó en segundas nupcias a Ana Magdalena Wülken, quien también cultivaba la música. Con su primera esposa tuvo ocho hijos y con la segunda catorce.

Bach desempeñó importantes cargos en las distintas cortes alemanas, hasta que Federico II de Prusia, príncipe amantísimo de la música y hábil flautista a la vez, lo invitó a ir a Berlín y a Potsdam. Se dice que cuando el compositor fue a visitarlo al palacio real, Federico II, que estaba cenando con sus cortesanos, abandonó la mesa para ir a su encuentro.

Siempre paciente y cristianamente sumiso a los designios de la Providencia, Bach terminó apaciblemente sus días a pesar de las dolencias y de la ceguera que lo aquejaron antes del ataque de apoplejía que lo llevó a la tumba el 28 de julio de 1750, en la ciudad de Leipzig.

La producción de este infatigable titán de la música desconcierta por la abundancia y calidad. Insensible a la embriaguez del triunfo fácil y venal, prefirió llevar una vida sobria y patriarcal, colmada de austeros deberes. Sus composiciones para órgano son únicas en el género, y sus cantatas, verdaderas oraciones al Señor. Bach influyó poderosamente sobre los autores que vinieron detrás de él y aún hoy sigue siendo maestro de los maestros.

Entre sus páginas para órgano recordemos los Preludios y Fugas, Corales, Variaciones y Toccatas. Junto a ellas se destacan sus Seis conciertos brandeburgueses, un Magnijicat, una Misa y las Pasiones, según San Mateo y según San Juan.

Bach debe ser considerado como uno de los genios de la música.