LOS EXPLORADORES DEL ÁFRICA


Hemos comenzado ya la historia de los hombres que más han contribuido a dar a conocer el mundo, y ahora trataremos de la vida y viajes de los grandes descubridores. En este capítulo nos ocupamos de los ilustres exploradores del continente africano, que penetraron en este gran territorio lleno de selvas vírgenes y pueblos salvajes, que soportaron toda clase de peligros, descubrieron grandes ríos y dibujaron mapas de África tan minuciosos que hoy conocemos aquel país con bastantes pormenores. Jamás hubiésemos podido poseer este género de conocimientos de los países que componen el mundo si aquellos valientes descubridores no hubiesen puesto a contribución su heroísmo, sacrificando su vida para darlos a conocer.

Durante muchos centenares de años, millares y más millares de kilómetros de territorio africano, eran desconocidos, debido a que ese extenso continente era muy difícil y peligroso de explorar. Los únicos medios de que disponía el viajero para trasladarse eran la navegación y las largas caminatas a pie. Pero hoy se tienden ya en África vías férreas que pondrán rápidamente en comunicación a todas las regiones del país. Los viajeros que pasan más allá de dichas vías tienen que atravesar extensísimas selvas pobladas de fieras y de insectos tan temibles como éstas. Tienen que hacer frente a las fiebres y a las pestes, cruzar desiertos arenales, terrenos anegados en invierno y agostados en verano. Todo eso es realmente terrible, pero si los exploradores han podido dar a conocer al mundo lo que es el África, ha sido soportándolo. Durante muchos siglos no se conoció apenas nada de esta parte de nuestro globo.

Muchos años antes del nacimiento de Jesucristo, algunos navegantes, en frágiles embarcaciones, dirigiéronse a varias partes de la costa africana.

El gran historiador Herodoto, que vivió hace unos veinticinco siglos, nos habla de un hombre que más de 600 años antes de Jesucristo, hizo rumbo directamente hacia una de las costas de África, dio la vuelta por la punta que se llama hoy cabo de Buena Esperanza y remontó por el otro lado. No podemos adquirir la certidumbre de que haya tenido lugar semejante hecho; pero creemos que es cierto. Aquellos exploradores no se atrevieron, sin embargo, a penetrar en el interior de) continente. Vivieron en la parte norte de África y supieron cómo era la tierra que les rodeaba; pero nada más. Si echamos una ojeada al mapa, veremos que el Nilo desemboca en el mar Mediterráneo. En las riberas de este río, en el valle por el cual se deslizan sus aguas, vivieron todos los sabios de la más remota antigüedad, antes de que Grecia y Roma fueran naciones cultas y poderosas.

Esos sabios eran egipcios, que son los que esclavizaron a los hijos de Israel. Al interior de su país, en tierra de Egipto, fue llevado Jesús siendo niño, para que el rey Heracles no lo degollase. Los egipcios edificaron grandes ciudades, templos maravillosos y monumentos como no se han construido jamás desde entonces. Tenían sabias leyes; escribían en ladrillos de arcilla, y si se tiene en cuenta que en aquella época todos los demás pueblos del mundo eran poco menos que salvajes, no podremos menos que reconocer a los egipcios como una nación verdaderamente prodigiosa. Y, no obstante, a pesar de todo su saber y de sus adelantos, no se atrevían a remontar el río en cuyas riberas habitaban.

Cuando se extinguió el poderío de los egipcios, surgió la civilización fenicia. Eran los fenicios viajeros intrépidos, especialmente por mar. Fueron a Bretaña, Hesperia, Galia y otras regiones de Europa, cuando sus habitantes eran todavía salvajes. Pero los fenicios tampoco se atrevieron a penetrar hasta el corazón de África.

Después dominaron en Egipto los hábiles y valientes griegos, y más tarde fueron los romanos los que lo gobernaron. Estos últimos eran entonces dueños de todo el mundo conocido; empero, no conocían de África más de lo que habían conocido los egipcios. Dieron el nombre de África a un reducido territorio del Norte, junto a la parte meridional del Mediterráneo, y del resto del continente, que no habían explorado jamás, hablaban como de una tierra que se extendía hacia el sol poniente, e ignoraban dónde o como terminaba. así es que los más sabios de aquel entonces vivieron durante miles de años en un continente del cual nada sabían, excepto únicamente, de aquella porción en la cual tenían sus hogares.

La causa del poco atrevimiento de aquellas gentes era que la verdadera África se hallaba al otro lado del gran desierto de Sahara, que ningún ser humano osaba atravesar, porque no había modo de procurarse en él agua ni alimentos, y los que desembarcaban en las costas, más abajo, hallaban también desiertos, y montañas o selvas espantosas pobladas de fieras. Si aquel que menciona Herodoto en sus crónicas navegó realmente alrededor de las costas de África, debieron transcurrir 2000 años antes que otro navegante repitiera la hazaña. Este que la repitió fue el portugués Vasco de Gama. Durante esos 2000 años muchos pueblos han hecho irrupción en África, tanto en el Norte de ésta, como, partiendo luego del Norte, hacia el interior. Los árabes presentáronse en grandes masas, seguidos de poderosas y errantes tribus salvajes procedentes del Asia. Hasta entonces, ningún blanco había penetrado en el país. Por ti 11 empezaron los navegantes a atravesar el mar, desde Europa v a establecerse en las costas africanas.

Los británicos fueron los primeros en explorar esas cosas. pero nada importante se hizo en este sentido, hasta 1770, año en el que un intrépido explorador llamado Jacobo-Bruce, atravesó la parte del África llamada Abisinia.

Mandaba a la sazón en aquel país un monarca que los naturales suponían descendía de Salomón, aquel gran rey de que nos habla la Historia Sagrada. Pero vivían en estado salvaje, y eran gente cruel. Si Bruce no hubiese sido un hombre dotado de una intrepidez sin límites, los naturales le hubieran asesinado. Comenzó curando las diversas enfermedades que padecían los abisinios, en el propio palacio real, y por esta causa hiciéronse los reyes amigos suyos. Los mismos naturales le cobraron también amistad cuando presenciaron las cosas sorprendentes que hacía con su fusil. Como jamás habían visto un arma de fuego, creyeron que Bruce debía ser un cazador prodigioso cuando le vieron hacer blanco en las aves que volaban a gran altura. Cuando quiso disparar una vela de sebo a través de una mesa (lo que hizo para asombrarles), creyeron que debía ser un hechicero, y cuando más tarde, notaron que domaba y montaba caballos salvajes, quedaron más admirados todavía y diéronle el mejor caballo de todo el país, pidiéndole que lo tuviese siempre ensillado y lo llevara a dondequiera que fuese.

Efectuó Bruce toda suerte de cosas extrañas para complacer a sus salvajes amigos, y el rey hízole dueño de parte del país. Pero todo lo que quería Bruce era que le dejasen explorar. Sufrió incontables penalidades para logra descubrir los orígenes de un río que creyó era el gran Nilo. Descubriólos al fin, pero no era el verdadero Nilo, sino el Nilo Azul, o sea el mayor de todos los Afluentes que alimentan el propio cauce del gran Nilo Blanco. Cuando quiso regresar presentáronsele a cada paso innumerables peligros. No pudo volver por el mismo camino que había ido y vióse obligado a pasar por extraños territorios, entre salvajes que, de haber podido, le hubieran quitado la vida. Pero negó finalmente a la costa y regresó a Inglaterra sano y salvo. Bruce escribió un gran libro describiendo sus viajes y aventuras.

Recuérdese cómo los amigos de Marco Polo tomaron a broma el libro de este explorador y no quisieron creer la historia de sus viajes a China y a la India. Pues bien: lo mismo sucedió cuando Bruce escribió su libro. La gente se rió de sus relatos. Nadie creyó que pudiera haber tales cosas y tales gentes en el mundo, como las que el viajero describía. Cuarenta años transcurrieron antes de que el público le diera crédito. Otro viajero fue por entonces a Abisinia, y pudo comprobar que era cierto cuanto Bruce había escrito; pero éste ya había muerto.