Hugo Clapperton, que a pesar de su humilde origen llegó a ser comandante de la armada


Los exploradores fueron más numerosos desde entonces. Un pobre muchacho llamado Hugo Clápperton, que ascendió con el tiempo a comandante de la Armada, partió con el objeto de descubrir las fuentes del Níger. Su tentativa no tuvo éxito alguno, pero verificó otros descubrimientos, y el gobierno de la Gran Bretaña sufragó los gastos de una nueva expedición que le mandó realizar. Acompañáronle otros y, entre ellos, un criado suyo, excelente muchacho, llamado Ricardo Lánder.

Clápperton y todos sus compañeros, excepto Lánder, murieron por el camino. Escribió Lánder una detallada información de cuanto había acontecido, y cuando pudo regresar a Inglaterra expuso todos los importantes descubrimientos realizados. Quedó el gobierno tan satisfecho de su trabajo, que le nombró a él y a su hermano para dirigir una nueva expedición. Adquirieron muchos más conocimientos del país, pero pagáronlos con la vida, pues al fin fueron asesinados por los indígenas.

Así, poco a poco, se fue conociendo la tierra de África. Dibujáronse mapas, y se publicaron en libros todos los descubrimientos, a fin de que nada se olvidase. Roberto Moffatt, que había sido modesto jardinero en su juventud, partió como misionero evangélico. Detúvose en Bechuanalandia, en medio de los salvajes, convirtió a muchos al cristianismo, y exploró lejanos territorios. Tenía Moffatt una hija muy bella, y un joven llamado David Livingstone enamoróse de ella. Livingstone había sido simple obrero, empleado en una fábrica de Escocia. Trabajador incansable, levantábase muy temprano y trabajaba hasta muy tarde, y estudió con tanto afán, que pronto llegó a ser misionero. Había resuelto visitar la China; pero estalló en aquel país una tremenda guerra, y en vez de ir al Celeste Imperio, marchó al África, donde se unió a Moffatt y se casó con la hija de éste.