De cómo el capitán Carlos Sturt perdió la vista en una penosa exploración


Es Australia una isla, como ya hemos dicho, cuya superficie pasa de siete millones y medio de kilómetros cuadrados. En tan enorme extensión, no sabían las partidas de exploradores si habría o no lagos, o ríos. Opinaban que debían de existir unos y otros; y no faltaban quienes se imaginaran tropezar con algún mar interior, como el Mediterráneo. Era uno de estos últimos el teniente Oxley, quien llevó a cabo varios viajes; en uno de ellos recorrió, en busca del soñado mar, más de 1.200 kilómetros. Un amigo suyo, llamado Cunningham, quien posteriormente fue muerto por los indígenas, encontró un río; pero nada verdaderamente digno de mención se descubrió hasta que el capitán Carlos Sturt realizó su expedición acompañado de varios deportados, cuya conducta fue tan noble que, a pesar de las muchas penalidades que se les presentaron, siguieron a su jefe a todas partes.

Una de las molestias que más les afligieron fue el calor y la sequedad. Tan caldeado y seco llegó a estar el ambiente, que los tornillos de unas cajas donde llevaba su equipaje el capitán se aflojaron y saltaron de los agujeros; el peine se les deshojó en láminas delgadas; la mina del lápiz se desprendió, y las uñas de los dedos se les partieron como si hubiesen sido de cristal. Pero, a pesar de tantos contratiempos, Sturt prosiguió su viaje de reconocimiento, durante el cual tuvo días difíciles y jornadas dignas de un héroe.

Hay años en que caen copiosos aguaceros que convierten las llanuras de Australia en grandes lagos y extensos pantanos; al contrario, en otros es tal la sequía que las tierras quedan tostadas y resecas por los rayos del sol, y los espesos cañaverales se secan abrasados por el calor y se endurecen de tal modo, que es imposible abrirse paso entre ellos. Con tan terribles obstáculos tuvo que luchar el capitán Sturt. No fueron del todo estériles tantas penalidades, pues logró descubrir un río, al que puso por nombre Darling, y exploró en conjunto más de 3.000 kilómetros cuadrados de terreno; pero sus padecimientos habían sido tantos y tan intensos que al final de su expedición enfermó y, por último, quedó ciego.