Detrás de los Montes Azules yacen extensas y fértiles praderas


Así pasó el tiempo, sin que nadie alcanzase a transponer las elevadas cimas de aquellos montes, aun cuando muchos lo intentaran, pues acabaron siempre cejando en la empresa. Finalmente, y después de veintinueve años, tres colonos, Wentworth, Blaxland y Lawson, empujados por la desesperación, resolvieron abrirse paso por aquellos montes a costa de los mayores riesgos. En vista de que las prolongadas sequías habían reducido su ganado al último extremo, pensaron aquellos tres infelices que tanto valía perecer en su atrevida excursión cuanto en el lugar de su desdicha, y sin parar mientes en la considerable altura de los montes, que se elevaban a más de 1.200 metros y estaban agrietados por profundos precipicios y barrancales, emprendieron decididos la ardua y fatigosa ascensión. El éxito coronó sus esfuerzos, pues llegados a la cima contemplaron maravillados, en el lado opuesto de la montaña, verdes y lozanos prados, surcados por un caudaloso río. Estos tres exploradores fueron los primeros hombres blancos que se asomaron a las crestas de los montes Azules, y descubrieron que había otras regiones más extensas y fértiles que la estrecha zona en que se habían visto obligados a vivir durante más de veinticinco años. De esta manera se dio comienzo a la exploración del interior de Australia.

Desde entonces fueron desembarcando en las costas australianas crecientes cantidades de colonos. Un gobernador solícito construyó caminos y abrió túneles a través de los montes Azules, con lo que fomentó notablemente el progreso de la nueva región. Lo primero que se necesitaba era explorar totalmente el país y construir viviendas en lugares alejados de las colonias penitenciarias. Mientras así se afanaban unos y otros por mejorar su condición y asegurar su subsistencia en la isla, un joven de gran osadía, Mateo Flinders, acompañado de un amigo apellidado Bass, practicó un reconocimiento más detenido del litoral australiano. Había leído Flinders las aventuras de Robinson Crusoe; y tal lectura despertó en él la idea de navegar. Cuando más tarde la puso en práctica, debidamente preparado, y desembarcó en Australia, exploró minuciosamente parte de sus costas, y de tal estudio dedujo e hizo público que Tasmania no era parte de Australia, según se había venido admitiendo hasta entonces, sino una isla diferente.

No satisfecho con estos trabajos, en otros posteriores confirmó la justa creencia de que Australia era la isla mayor del mundo, pues en sucesivos viajes logró recorrer todo su perímetro. Él fue quien propuso darle el nombre de Australia. A su regreso a la colonia, navegantes franceses, envidiosos de sus éxitos, lo hicieron prisionero y le impidieron, durante siete años, volver a Gran Bretaña. Incautáronse asimismo de sus mapas y documentos, y los publicaron como trabajo propio, atribuyéndose los descubrimientos de Flinders.

Faltaba aún por realizar la empresa más difícil en la enorme isla: la exploración de su interior, empeño cuya realización superaba en dificultad al de los exploradores de África, y no precisamente por tener que luchar con terribles fieras, como el león o la pantera, sino con tribus de salvajes que, no satisfechos con perseguirlos ferozmente, incendiaban los prados y cañaverales, para privar de sus pastos a los caballos de los colonos, e imposibilitarles de este modo el avance, además de ponerlos en gran peligro de perecer. Añadíase a estas calamidades la falta de agua en los desiertos pedregosos de la isla. Más de un libro podría escribirse sobre los innumerables trabajos, seguidos frecuentemente de una muerte cruel, a que hubieron de exponerse aquellos beneméritos hombres en sus excursiones por el interior de Australia; mas nos contentaremos con citar solamente algunos de los casos más notables de las azarosas aventuras vividas por esos exploradores.