Terribles vicisitudes afrontadas por algunos exploradores australianos


Un fiel amigo del capitán Sturt, Juan McDouall Stuart, que lo había acompañado en su expedición, tomó a su cargo continuar la exploración de la isla, para lo cual llevó a cabo en tres etapas otras tantas excursiones de larga duración; partió del extremo litoral sur hasta el del Norte y fue el primero que cruzó el territorio de Australia en toda su extensión. Estos viajes tuvieron trascendental importancia, pues en su marcha se trazaron mapas que pudieron servir de guía para ulteriores trabajos; en efecto, al tender la línea telegráfica que atraviesa Australia de Sur a Norte, se siguió el mismo camino hollado por Sturt y marcado en los precisos mapas que McDouall había trazado anteriormente.

Él y sus acompañantes sufrieron terriblemente por la falta de alimentos y más aún por la carencia de agua. Cierto día, rendidos de fatiga y medio muertos de sed, llegaron a la orilla de un río que nacía al pie de unas empinadas rocas; inclináronse ávidos para beber, pero apenas tocaron el agua con los labios, advirtieron que era salada como la del mar, sabor que tienen las aguas de muchos lagos de aquel país, pues las lluvias corren por hondas resquebrajaduras y torrenteras en cuyo fondo hay gran cantidad de sal. Varios de los caballos de los expedicionarios se volvieron locos a causa de la sed, y uno de ellos estuvo a punto de matar a Stuart. Otro, después de darle un terrible revolcón, le pisó una mano, cuyos huesos rompió; así lo dejó manco para toda su vida. A pesar de todas estas vicisitudes, continuó Stuart su marcha hacia el Norte, mas llegó un momento en que por falta de víveres cayó enfermo, con la circunstancia agravante de que la sequedad de la boca no le permitía pasar alimentos ni medicinas.

En cierta ocasión estuvo a punto de morir a manos de los salvajes; pero esquivó este peligro y prosiguió su marcha sobreponiéndose a todo, hasta que, finalmente, llegó al término de su jornada y puso el pie en la costa septentrional de la isla, en el punto opuesto al de su partida.

Antes de que Stuart hubiese dado remate a su audaz empresa, Eduardo Juan Eyre había ya intentado varias veces completar el conocimiento que se tenía del país. Era Eyre un magistrado que hacía una vida muy tranquila en una hermosa hacienda, y poseía magníficos rebaños; pero, deseoso de emular los triunfos de Stuart y de otros exploradores, abandonó la placidez de sus ocupaciones campestres y recorrió a pie el desierto que se extiende a lo largo del gran golfo Austral, esto es, desde el golfo de Spencer, enclavado al sur de Australia meridional, hasta el cabo King George Sound, en la costa meridional de Australia occidental, término final de su excursión. Fue ésta sumamente difícil y peligrosa, y enorme la distancia recorrida. El pueblo británico, al tener noticia de tan heroica jornada, honró a Eyre con una alta condecoración. Este abnegado viajero realizó también exploraciones del interior de la isla y descubrió el lago Torrens, que tomó por un gran mar, pues sus aguas abarcaban una extensión inmensa, a causa de ser aquel año uno de los lluviosos de que hemos hablado anteriormente. La más larga jornada de Eyre fue la que lo llevó al gran golfo Austral en 1841. Sesenta años después murió este insigne explorador; otros muchos, no tan famosos, le sucedieron en muchas otras azarosas expediciones.