La valerosa doncella que condujo a los franceses a la victoria


Más de cien años después de este acontecimiento, el más grande de los reyes guerreros de Inglaterra, Enrique V, conquistó media Francia y murió antes de ver completados sus planes. La empresa fue continuada por el duque de Bedford, quien debió enfrentar al más singular y valiente caudillo que recuerde la historia: una doncella campesina llamada Juana de Arco, que cuando era todavía niña y vivía en su aldea natal creyó escuchar avisos y tuvo inspiraciones sobrenaturales que la instaban a luchar por la salvación de Francia.

En cuanto se convenció de que aquellos misteriosos llamamientos no eran engendros de su fantasía, sino el verdadero mandato de Dios, empezó a persuadir a cuantos la rodeaban para que le diesen crédito. Presentóse al rey de Francia; y aunque los cortesanos se burlaron de ella en un principio, su pureza y vehemente sinceridad los convencieron pronto de que Dios la había inspirado para libertar a su patria. Vestida de blanca armadura, envióla el rey a la cabeza de un ejército de caballería a la ciudad de Orleáns, asediada por el enemigo. El primer triunfo de Juana fue arrojar de los muros a los sitiadores ingleses. Aquellos rudos soldados franceses, que llevaban por capitán a la abnegada e inocente doncella, aprendieron a sentirse avergonzados de las palabras obscenas e impuros pensamientos, y la siguieron en adelante como a un caudillo bajado del cielo. Su presencia parecía irradiar un influjo irresistible que dispersaba al enemigo, obligándole a retroceder. Los ingleses llegaron a tenerla por hechicera, pero fueron muchísimos los que la creyeron santa.

Ello es que con su victoria hizo renacer el valor y la esperanza en el corazón de los franceses, y consiguió que el delfín, Carlos VII, fuera coronado rey de Francia.

Al fin fue hecha prisionera a traición, pues perseguida por el enemigo después de una batalla, algunos desalmados franceses cerraron las puertas de la fortaleza en la que Juana hubiera podido refugiarse. Fue sometida a un tribunal, acusada de hereje y hechicera, y habiéndola condenado los jueces, a pesar de ser compatriotas suyos, la entregaron a los ingleses para que la castigaran. Juana fue quemada viva en la plaza de Ruán. Pero también es cierto que, desde aquella fecha, los ingleses parecieron sentir que el poder de Dios estaba contra ellos, porque, tras de no haber vuelto a salir triunfantes en aquella guerra, fueron de allí a poco arrojados de todo el territorio conquistado por Enrique V. En cuanto a Juana de Arco, a la que también se llama la Doncella de Orleans, sufrió muerte cruel, pero su nombre vivirá eternamente asociado a un ejemplo del más puro heroísmo.

Beatificada por el papa Pío X en 1909 y canonizada en 1920, la Iglesia celebra la fiesta de Santa Juana de Arco el 30 de mayo de cada año.