Francisco Antonio de Miranda, el eterno perseguido, cae prisionero y muere en la cárcel


América, pródiga en héroes, cuenta sin embargo con pocos hombres cuya vida haya sido más agitada, cuya personalidad sea más discutida, que la de Francisco Antonio de Miranda, el primero que en las colonias españolas dio el grito de libertad. Natural de Caracas, sirvió en los ejércitos del rey de España y su valor se templó en innúmeros combates contra los moros, y contra los ingleses, cuando España y Francia aliadas con Estados Unidos apoyaron su independencia. Poco después el caraqueño se sumaba a los revolucionarios franceses participando en la formación de la República y tomando parte activa en las guerras que, por la defensa de libertad proclamada, libraron los republicanos contra las potencias europeas.

Mas, si Miranda, militar lleno de fuego y orgullo, no permitía imposiciones sobre su persona, tampoco las toleraba sobre las tierras en que nació.

Las colonias españolas tuvieron en Miranda el primer abanderado de la liberación. Sus ideas le valieron la expulsión de los ejércitos reales, y pronto tuvo que expatriarse para no ser encarcelado; en este momento comienza su verdadera odisea. Donde la suerte arrastraba a Miranda, de allí se lo expulsaba. De Francia tuvo que huir disfrazado, y en su peregrinación llegó a Turquía; pasó a Rusia, visitó los países escandinavos, y en todas partes tropezó con la saña de los que odiaban la libertad de los pueblos. Hombre de mundo, inteligente y culto, Miranda se granjeaba las mejores simpatías, y aprovechó siempre estas amistades para propagar sus ideales de libertad. En 1806 organizó en Venezuela un alzamiento; sofocada la intentona, huyó a Europa, donde conoció a Simón Bolívar, con quien retornó a la patria en 1810, donde organizaron la revolución que, triunfante, elevó a Miranda a la dictadura. Después de brillantes victorias sobre los españoles, fue vencido en 1812 y tomado prisionero. Llevado a España, fue confinado en la cárcel de la Carraca, en Cádiz, donde murió.