Enrique Pestalozzi, el promotor de la escuela popular


La vida de Pestalozzi está señalada por "locuras” que, de fracaso en fracaso, lo llevaron a establecer las escuelas que más habrían de influir en la educación moderna.

Estaba Pestalozzi en Neuhof, Suiza, desde hacía unos tres años, cuando en el invierno de 1774-1775, emprendió la primera de sus “locuras”. Conmovido por la degradación física y moral de los niños que veía vagar por los caminos, mendigando y merodeando; indignado por la dureza de los campesinos hacia los niños que vivían entre ellos, Pestalozzi acogió unos quince en su casa, y poco después hasta cuarenta. Se proponía, reeducándolos, procurarles los conocimientos indispensables y un oficio del que pudieran vivir. Esta unión íntima de la formación general y la formación profesional constituye el primero de los “descubrimientos” de Pestalozzi. Pero la obra, carente de recursos y sin apoyo del Estado, fracasó. Fue un derrumbamiento. Pero Pestalozzi se había embarcado definitivamente en una obra y ya no la abandonaría. Recurrió al único medio de acción que le quedaba: escribir.

Cuando en 1798 el Directorio lo envía a Stans donde la guerra había dejado innumerables huérfanos, Pestalozzi acomete la segunda “locura”. Los niños de los cuales iba a ser padre eran escuálidos como esqueletos, pálidos, de mirada ansiosa, la frente arrugada por la desconfianza y las preocupaciones; algunos, descarados, habituados ya a la mendicidad y a la hipocresía, abrumados por la desgracia, desconfiados, temerosos- ¿Cómo se las arregló Pestalozzi para resucitar en estos pobres desechos de humanidad unos sentimientos y un comportamiento humanos? Él mismo descubre el “secreto”. “Era necesario ante todo que mis niños pudieran leer, desde el alba hasta muy entrada la noche, en mi frente y en mis labios, que mi corazón les pertenecía, que su dicha era mi dicha, y sus placeres los míos. Yo estaba solo con ellos de la mañana a la noche. Recibían de mi mano todo lo que su cuerpo o su alma exigían. Todo auxilio, todo consuelo, toda instrucción les venían inmediatamente de mí. Sus manes estaban en las mías; mis ojos no se apartaban de los suyos-Mis lágrimas corrían con las de ellos y sonreíamos juntos. Estaban fuera del mundo; estaban fuera de Stans; estaban conmigo y yo estaba con ellos”.

Pero las circunstancias se vuelven de nuevo contra él: el edificio asignado para recibir a “sus” niños es transformado en hospital militar. En adelante su vida será una repetición de ensayos, terminados casi siempre en el fracaso, no por el método pedagógico que se practica, el cual atraía cada día más admiradores entre los maestros de toda Europa y los funcionarios de los gobiernos, sino porque Pestalozzi, idealista, verdadero profeta y vidente de los caminos de la educación y del niño, carecía del espíritu práctico que requiere la gestión de los aspectos financieros. Si se quiere resumir en una palabra la obra de Pestalozzi, ninguna mejor que la que dio él mismo como explicación de su obra: “El amor lo ha hecho todo”; ese amor que era en él la vida misma de su vida.