Durante centenares de años este vasto almacén de tesoros permaneció desconocido


Los antiguos admitieron que estaba descubierto enteramente cuando ya habían sacado de las ruinas todo lo que creyeron que contenía, o todo lo que creyeron que valía la pena de ser excavado; pero ese gran Vesubio arrojó bastante ceniza para enterrar a Pompeya a más de seis metros de profundidad; y por esta causa sucedió que los antiguos quitaron sólo la superficie, y durante toda la Edad Media, olvidando o menospreciando los tesoros ocultos en sus profundidades, edificaron encima de ellas. Luego, un día, un labrador encontró un trozo de mármol, y otro, la mano de un hombre. Un campesino halló un trozo de tela cierto día en que estaba cavando su jardín, y se sirvió de ella para limpiar el horno de pan de su casa. ¡Esa tela ni manchaba ni ardía, pues era un trozo de amianto con el cual algún antiguo romano amortajó los restos de un amigo!

Pero, sin embargo, la gente del lugar debía conservar algún recuerdo de la antigua ciudad, seguramente a través de leyendas transmitidas de padres a hijos, y la prueba es que los campesinos llamaban a ese sitio La Ciudad, sin que sospecharan por qué ese desierto cubierto de ceniza podía recibir tal nombre. Y esto siguió así, aun cuando un arquitecto llamado Fontana, al abrir un canal, entre 1594 y 1600, para llevar las aguas del Sarno a la aldea de Torre Annunziata, que junto con la de Seafati son los poblados actuales en cuyas vecindades estaba emplazada Pompeya, descubrió algunos restos; arquitectónicos y hasta un epígrafe que decía decurio Pompéis. ¡Nadie pensó que se trataba de 'la antigua Pompeya, y creyeron que era una villa de Pompeyo! Pero más adelante, y sin saber a ciencia cierta de qué se trataba, comenzaron bajo el reinado de Carlos III, monarca de Nápoles, las excavaciones arqueológicas. Muy poco hicieron estas excavaciones en favor de la arqueología y de la historia; por el contrario, sin una dirección inteligente, destruyeron más que descubrieron, pues mutilaron y arrancaron piezas arquitectónicas que nunca más han podido reconstruirse. Pero se tuvo la sensación de que allí yacía una antigua ciudad, y así fue como, en 1763, se desenterró un epígrafe donde se leía res publica Pompeianorum; entonces, la evidencia fue completa; se trataba de la ciudad de Pompeya.

Las excavaciones continuaron en tiempos de la república napolitana, y entre 1806 y 1815, durante el reinado de Murat, los trabajos comenzaron a mejorarse. Pero fue debido al gran arqueólogo italiano Fiorelli que las investigaciones tomaran, al fin, un camino decisivo, desde 1861, en que se proclamó el Reino de Italia. Fiorelli fue designado director de las excavaciones de Pompeya, y desde entonces se revelaron al mundo, día tras día, todas las espléndidas maravillas que hoy tanto nos asombran. Las dos guerras mundiales de nuestro siglo obligaron a interrumpir estos trabajos, pero en el intervalo de una a otra se hicieron más excavaciones y descubrimientos; y muchos conocimientos nuevos sobre el arte, la vida y la cultura de la antigüedad pudieron adquirirse gracias a estos tesoros artísticos y arqueológicos. La gran extensión de las ruinas descubiertas, accesibles a la admiración del viajero, hacen de Pompeya uno de los lugares del mundo más dignos de ser visitados y que más interés y alicientes ofrecen al ansia de saber y al vuelo de la imaginación excitada.

Yendo hacia Pompeya, en el tren, recréase el viajero admirando espléndidos vergeles con hermosas columnas de piedra, que se levantan entre los árboles, y quédase sobrecogido al considerar cuánto puede haber debajo de aquel suelo. Pasa el viajero, también, por campos extensos de lava negra, que le recuerdan que, debajo de ella, quedan todavía muchos tesoros que recuperar, mucho por descubrir. El Vesubio ofrece, pues, trabajo a los excavadores y arqueólogos de las próximas generaciones.