Los sucesores de Alejandro I en el trono de Rusia


Treinta años, desde 1825 hasta 1855, estuvo al frente del Imperio Ruso el zar Nicolás I, durante cuyo gobierno ocurrieron acontecimientos de gran importancia internacional y honda repercusión interna.

Francia y Gran Bretaña, temerosas de la influencia rusa en el sur de Europa, de donde Turquía estaba siendo expulsada, se unieron y declararon la guerra a Rusia, e invadieron a Crimea, bombardearon a Odessa y enviaron una escuadra al Báltico. En esa lucha libráronse memorables batallas, entre ellas las de Inkermán y Balaclava, y el sitio de Sebastopol. Finalmente Rusia se vio obligada a pedir la paz, aunque ésta fue pactada en honrosas condiciones.

Alejandro II, hijo de Nicolás I, concedió algunas reformas para calmar la creciente inquietud del pueblo; entre ellas la de libertad de los campesinos, la reglamentación de la instrucción pública, la de educación de la mujer, una reforma judicial que estableció la igualdad de derechos y mayor libertad de prensa.

Una guerra con Turquía, en la que Rusia obtuvo la victoria, le aseguró su influencia en Asia, anexándose Kars y Batum. Liberada que fue Rumania del dominio turco, le cambió la Besa-rabia por la Dobrucha. Pero Inglaterra y Austria no miraron con buenos ojos la expansión rusa por la Europa occidental, y se prepararon para la guerra. El imperio zarista no estaba en condiciones de hacer frente a tan poderosos Estados, como consecuencia de su reciente conflicto armado con Turquía; abandonó en el Congreso de Berlín sus aspiraciones balcánicas, y se contentó con las conquistas quo obtuvo en el Asia Menor.

En 1867, Rusia cedió a Estados Unidos por siete millones de dólares los territorios de Alaska, obtenidos en el año 1785. Aplastó poco después sucesivos levantamientos de pueblos sojuzgados, como el polaco.

La ola de terror se desató en el país y los atentados se sucedían unos tras otros a pesar de la dura represión del gobierno. En 1881, Alejandro II cayó bajo las balas homicidas de los nihilistas, y fue sucedido por Alejandro III, durante cuyo reinado la actividad subversiva disminuyó, al menos en apariencia. Pero las medidas reaccionarias que poco a poco tomó el Zar, atentaron contra las aspiraciones del pueblo; en especial, restringió la libertad de prensa al imponer la censura previa.

Combatió las sectas enemigas de la iglesia oficial, y quitó a sus partidarios el derecho de educar sus hijos según sus creencias; incluso prohibió a muchos el ejercicio del culto. Más tarde, en 1882, privó a los judíos del derecho de poseer bienes inmuebles, y expulsó a grandes grupos de ellos de la ciudad de Moscú.