Una breve recorrida por las grandes ciudades de Leningrado y Moscúi


En el tiempo de los zares la capital era Petrogrado, ciudad construida por Pedro el Grande a orillas del río Neva para dar a Rusia “una ventana para mirar a Occidente”. La urbe creció y adquirió gran esplendor, a pesar de su clima insalubre, pues estaba edificada sobre un pantano. La presencia de la corte convirtió a la ciudad en residencia de un gran número de nobles, funcionarios, empleados públicos y políticos. Existían allí grandes fábricas e industrias importantes, especialmente de tejidos, y su puerto era frecuentado por centenares de navíos. En el período que siguió inmediatamente a la revolución de 1917, la magnífica ciudad de Pedro el Grande perdió por completo su importancia, al despoblarse y arruinarse con el traslado y la centralización de la administración del Estado en Moscú. A partir de 1922 comenzó una lenta recuperación de la ciudad imperial, a la que los soviéticos bautizaron con el nombre de Leningrado, en homenaje al líder bolchevique Lenin, uno de los jefes de la revolución. Después de la segunda Guerra Mundial, Leningrado recuperó su destacada posición en la vida rusa. A mediados del siglo, con más de tres millones de habitantes, ocupaba el segundo lugar entre las ciudades rusas en población e importancia; en la actualidad es un gran centro industrial, sobre todo de construcciones navales

Moscú, la antigua Moscovia, es la capital de Rusia y cuenta con más de cuatro millones de habitantes; es el centro de todo el sistema ferroviario y está en contacto con los puntos más apartados del dilatado territorio soviético. Esta muy interesante ciudad es, también, un importantísimo centro industrial, que tiene grandes fábricas para la manufactura de tejidos de algodón e innumerables establecimientos fabriles dotados de los adelantos técnicos propios de la época en que vivimos.

Por encima de las casas y de los grandes edificios de la ciudad moderna se elevan las cúpulas de las iglesias ortodoxas, unas resplandecientes de oro, otras azules, otras verdes. Entre el río Moscova y las blancas murallas de la antigua ciudadela, que todavía se conservan en el centro de la urbe, se yergue el Kremlin, soberbia fortaleza medieval que la domina. El Kremlin es un recinto cerrado por murallas de ladrillos rojos; sus puertas, de gran belleza, difieren unas de otras, y los techos de sus torres son de brillantes tejas verdes. Dentro de las murallas se levantan diversos edificios. En el gran palacio central, ricamente decorado en estilo Luis XIV, se reúne anualmente el Parlamento y se ha establecido la sede del gobierno de la Unión Soviética.

Uno de los más interesantes edificios de Moscú es la catedral de San Easilio, situada frente a la Plaza Roja, en el exterior del Kremlin, y edificada durante el reinado de Iván el Terrible. Se cuenta que, terminada la construcción, el tirano mandó que al arquitecto se le arrancaran los ojos, para que nunca más pudiera erigir un edificio semejante. San Basilio posee un bello grupo de diez cúpulas entrelazadas y pintadas de brillantes colores, hábilmente combinados.