La penosa vida de los habitantes del helado norte


Difícil es para nosotros imaginar la vida que llevan estos habitantes. Sin frutos, sin vegetales (a excepción de un poco de musgo) sin árboles, sin campos de trigo, sin ciudades, sin medio alguno para viajar, como no sean sus diminutos botes de pieles o sus primitivos trineos, tirados por perros o renos, todo su alimento, todo su vestido, todo el aceite que emplean para proveerse de luz y calor, todo, enteramente todo, lo sacan de las focas, morsas, osos, ballenas, zorras y peces que, por pertenecer a la fauna de estas soledades árticas, viven en compañía de estos habitantes.

En invierno, cuando pasan meses enteros sin que salga el sol, viven en casas redondas construidas con bloques de nieve helada, que se deshiela en cuanto comienza el verano. Esta última estación viene a ser tan original, aunque mucho menos incómoda, que la precedente. Después de salido el sol, permanece en el horizonte meses enteros; entonces, aquellos sufridos habitantes, abandonadas sus antiguas moradas, construyen otras nuevas de tierra y lodo.

En algunos museos hay objetos que nos permiten formarnos idea del sistema de estos pueblos circumpolares. Entre tales museos es notable el de Nueva York. En él se pueden admirar los vestidos de pieles, comunes a las mujeres y a los hombres, los impermeables, las botas y los manguitos con que los esquimales se defienden del frío. Las canoas (la más pequeña pertenece quizás a una mujer), parecen moverse impulsadas por los remos en las oscuras aguas de la tierra en que fueron construidas. De las dificultades de la caza dan una idea las lanzas y dardos para matar focas y aves, los garfios y harpones, los reclamos para llamar al ciervo, los arcos y las saetas, los escarba-hielos para atraer a las locas.

El modelo de campamento que en dicho museo se manifiesta permite descubrir el interior de una tienda sujeta con piedras contra los tuertes vientos; en ella se ve igualmente a una madre llevando a su rollizo niño en su caperuza de pieles, y algunos perros comiendo con la familia. Asimismo nos enseña cómo esos esquimales encienden fuego con un taladro arqueado, con cuánta destreza cosen sus vestidos con agujas de hueso y con qué habilidad trabajan el marfil de foca haciendo con él toda clase de juguetes. Al dar sepultura a un niño en su huesa de hielo, todo cuanto hay en la casa, muñecas, estampas de animales y herramientas, todo, en una palabra, se coloca encima de ella, de igual manera que en los climas más cálidos solemos cubrirla de flores.